domingo, 26 de julio de 2020

MADARIAGA UN CURA LIBERAL I




MADARIAGA UN CURA LIBERAL
Caracas, 5 de julio 2020
                                                                                              Por  Rafael Arraiz Lucca
                                                                I

“La vida de José Cortés de Madariaga está poblada de acontecimientos tan azarosos que bien podría ser un desafío para los astrólogos. Nació en Santiago de Chile el 8 de julio de 1766 y falleció en Río Hacha en la primera semana de marzo de 1826. Precisar el día hasta ahora ha sido imposible, así como ubicar el lugar exacto donde reposan sus restos. Murió a los 60 años, de causa también desconocida. Esta bruma que imanta su fallecimiento no hay manera de despejarla, ya que los registros de Río Hacha fueron consumidos por el fuego y la partida de defunción del chileno no aparece.
Algunos señalan que la manigua sepultó la tumba donde podría estar enterrado y ahora no se sabe dónde reposan sus restos, si es que alguna otra calamidad no los mudó de sitio. Otros  dicen que reposaban en una ermita en el cementerio local, pero que ésta se derrumbó hace años y las osamentas se las llevó el agua corriente; y no faltan quienes apuntan que están en algún recodo de la plaza de Padilla. Tres hipótesis sin corroborar, pero que revisten menor importancia frente a otros enigmas que nos esperan en su peripecia vital.
Su padre, Francisco Cortés Cartavio, había nacido en Trujillo (Perú) y casó con una señorita principal de la sociedad chilena: María Mercedes de Madariaga y Lecuna. La pareja tuvo diez hijos, de los cuales José Joaquín Cortés de Madariaga fue el cuarto. La familia era católica en grado superlativo, al punto que no fue José el único sacerdote de los hermanos; también lo fue el mayor, Francisco, así como María Encarnación fue monja y Pedro, fraile. Si la vocación religiosa acompañó a cuatro de los Cortés de Madariaga, la distinción social cabalgaba parejo.
De modo que no hay manera de señalar una infancia sufrida que nos conduzca a hacer la apología del hombre que “vino de abajo” o se “hizo solo”. Por el contrario, la singularidad de su periplo reside en la parábola contraria. Más aún, su familia dibujará la parábola contraria, ya que de la opulencia pasaron a bordear la indigencia, por circunstancias que sería innecesario relatar, pero que ocurrieron cuando ya el niño José había franqueado la puerta de la primera juventud.
Es poco lo que se sabe de su infancia, más allá de una caracterización que no nos resulta cierta: “de salud delicada y enfermiza en su infancia”. La experiencia nos lleva a saber que cuando se dice esto, que es muy común entre los biógrafos de antes, es porque no se conoce verdaderamente la infancia del personaje. De cualquiera puede decirse esto. Lo que sí puede afirmar es que el ambiente en que creció Don José fue forzosamente católico, lo que ha debido trazarle unos límites signados por la obediencia, cierto autoritarismo paterno, encierros, prevenciones y las otras prácticas comunes de su tiempo en un ámbito eclesial. Tan es así que fue entregado al obispo Manuel Alday para que viviera con él, en condición de familiar y asistente, durante años, antes de ordenarse sacerdote, así como educando en asuntos religiosos. La muerte de Alday impidió que fuese él quien ordenara al discípulo, cosa que hizo su sucesor: Blas Sobrino y Minayo.
La suerte no acompañó al futuro canónigo Cortés en Chile. Una vez ordenado, sus aspiraciones dentro de la jerarquía eclesiástica no le fueron complacidas. Se le negó la Cátedra de Moral y se le obstaculizó la de Maestro de Sentencias. Luego, en 1798 se le complicó la Cátedra de Decretales, discutida por otro sacerdote de mayor peso político. Ya a los 28 años las barreras que se le habían atravesado en el camino le han podido llevar a pensar que Chile no era su espacio propicio.
Fue entonces cuando, en 1794, Cortés tomó una decisión que cambió su vida para siempre: irse a España para gestionar personalmente la decisión, por parte del Rey, de su destino como pastor de almas. Ignoraba al embarcarse en Buenos Aires, después de remontar la cordillera entre Santiago y el puerto, que jamás regresaría a su ciudad natal. Estaba concluyendo la primera etapa de su vida. Por cierto, casi la misma edad en que Andrés Bello abandonó Caracas para siempre. Curiosa simetría: Bello se va de 29, Cortés de 28. Bello se realiza en Londres y Santiago, años después; Cortés en Cádiz,   Caracas, Ceuta, Kingston y Río Hacha.
                                                                            Tomado de EFECTO COCUYO



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