GÉNESIS DE LA SEGUNDA REPÚBLICA DE LA MANO DEL
LIBERTADOR SIMÓM BOLÍVAR
Maracay, 31 de marzo 2021
Introducción, por Abg. Rafael Medina Villalonga
Leyendo “El Diario De
Bucaramanga”, escrito por Luís Perú De La Croix en transcripción fiel de las
palabras del Libertador; especialmente “Otros Manuscritos”, atribuidos a la
primera parte del Diario de Bucaramanga, tomados de “Manuela, sus diarios
perdidos y otros papeles”; editado por Carlos Álvarez Saá, enero 2005. Quito,
Ecuador; me encontré con esta pieza, la cual me ha impulsado a publicarla el
deseo de dar a conocer a los más jóvenes los inicios de los acontecimientos que
parieron la Segunda República de Venezuela a finales del año de 1812:
“Me pregunta Ud. Señor Perú de
¿Cómo concebí la guerra? Bueno no era yo. Era la guerra en sí. Es el amor a la
libertad. Además, todo hombre hace la guerra en procura de ser libre. Todos se
unen. Cuando llegué a Cartagena a fines de 1812 y siendo esta provincia el
centro del virreinato de Nueva Granada, encontré fervor patriótico. Allí se
libraba con España una guerra más firme que en la de la Capitanía General de
Venezuela.
Los republicanos aceptaban a
todo hombre con experiencia militar que, tomara el riesgo y manifestase buena
voluntad de lucha a favor de las banderas del combate. Dígame señor Perú ¿Quién
no va a la guerra?
¿Y, sabe Ud. quién me recibió
con mi tío José Félix Ribas y, los hermanos Montilla, y otros compañeros? Nada
menos que el enfurecido Labatute, quien era comandante general del “ejercito
libre”, quien exigió para nosotros ahorcamientos, fusilamientos o en su
defecto, expulsión y desprecio por haber entregado a Miranda.
Menos mal que el señor Rodríguez
Torrica que comprendía el país y la causa, concilió los ánimos y puso en la
tarima mi posición de militar.
El resultado fue mi envío a
Barranquillas en los límites con Venezuela con doscientos hombres, y a las
orillas el delta de este río noble: el Magdalena. Muy lejos de la guerra
auténtica. Pero, no contaron con mi espíritu guerrero. Sepa Ud. que no soy de
los que se callan: Yo no soy de los que se dejan joder… bueno, no me dejaba.
Manuela dice que, si así como
yo lo digo lo cumpliera, sería diferente. ¿Cree Ud. eso?
Antes de la partida escribí un
manifiesto al gobierno y al pueblo de la Nueva Granada, en él, notifiqué los motivos
que dieron el triunfo a los godos en Venezuela, también exhorté a la unidad y a
intervenir en favor de la patria.
Señor Perú: yo preparé doscientos
hombres sin más armas que tres pistolas, diez y seis enmohecidos fusiles, treinta
y dos lanzas, veinticinco machetes y treinta cuchillos. Es una lista que no
podré olvidar.
El 22 de diciembre, “contraviniendo”
la disciplina y las órdenes y, bajo el riesgo de ser traicionado y puesto a órdenes
de la horca, del otro y de este lado de la frontera, apuré mi guarnición en las
balsas y nos dirigimos aguas arriba por el río Magdalena, este río que espera
mis huesos para llevarlos como una hojarasca inútil. Haber, ¿cómo era? Sí,
empujaban las pesadas balsas a gritos de negreros con varas de bambú y, en los
lugares más profundos, tirando con cuerdas y lianas desde las orillas
enmarañadas y de muy difícil acceso; boga hacia arriba contra la corriente, el
velamen era incierto como ayuda, pues casi no ventiaba, ¿ve usted? Como ahora. Íbamos
rumbo a Tenerife, que estaba ocupada por los españoles. Los caimanes y
cocodrilos nos acosaban por las bordas de las balsas y, al vernos desde las
orillas se zambullían chapoteando el agua cenagosa y turbia.
Los loros se espantaban desde
los bosques de caña guadúa, en una algarabía infernal; los monos chillaban como
pronunciando denuestos a nuestra presencia. Al amanecer, avistamos un claro que
se encontraba a la izquierda de una curva. Todos nos miramos y, en silencio,
comprendimos que, había llegado el momento de empezar el camino de la gloria o
caer en manos del infortunio.
Sorprendimos a los godos, nos
recibieron a cañonazos. ¡Coños de madre! Cómo se resistieron y batieron con
bizarría, otros se alborotaron de miedo y se largaron a la selva, contando con que
quinientos fueron hechos prisioneros. Los soldados estaban eufóricos, lucharon
y triunfaron como en una tromba que todo lo envolvía con su torbellino. Confiaron
en mis tácticas, luego atendimos a los heridos y, la gente se abrazaba a nosotros
vivando y agitando los brazos.
Allí en Tenerife conocí a la
bella y tierna francesita Anita Leoni Monpox: Rebeca. El Banco, Chiriguaná, Trancalameque;
y, así hasta Ocaña, siempre aguas arriba contra la corriente, quien iba a
imaginarlo, Íbamos con otra semblanza, otros pensamientos, llenos de júbilo con
los triunfos obtenidos: armas, pertrechos, munición, comida y valor dado por
las atrocidades mismas cometidas por los bárbaros. Ni un solo godo quedó por el
Magdalena.
Descansamos en pamplona, allí
estaba Castillo, acantonado detrás de muros, sin arriesgarse al combate
¡Carajos! El pendejo creía que sin moverse tendría la victoria; le faltaban… (S.E.
hace un gesto de peso con su mano derecha). Yo, por mi parte le propuse cruzar
la cordillera. Y ¡atacar! Hacerlo con sorpresa, acabar con sus combates de
entrenamiento y sus demostraciones de fuerza. Castillo pensaba que era un
suicidio, que no sólo por el combate, también por el paso a través de las montañas.
En esto seré franco: él tenía razón, por el soroche y el miedo a las alturas de
algunos.
Era la primera vez además que
se hacía tal empresa, lo era también para mí. Así pues, empleé los términos de
la ofensiva, capaz de desmenuzar el sostenimiento de quienes se hallaban en la
defensiva en detrimento de su capacidad de reaccionar a la sorpresa.
Se trataba de una idea que no
falló. ¡Un fulgurante ataque sobre Cúcuta! permanente ofensiva por los flancos
y por el centro; descubrí con ojo de águila el lado flaco del enemigo y,
ordené: ¡al combate, con fuerza, sin cansancio, sin piedad! ¡Que no la han tenido
con nosotros!
¡Calar bayonetas! ¡A la
carga!!!
Los coños de madre se la
mandaron toda. Pero Cúcuta fue liberada. Sentí entonces, como mi sueño de que
la libertad de América empieza por Venezuela, se cristalizaba en el desarrollo
de los acontecimientos postreros. ¡Ah! ¡Sí! La campaña admirable, por su secuencia
cronológica, por lo cruzado de las estrategias, por los elementos en contra: la
marcha fue una gimnasia incesante donde, trabajaron más los brazos y las manos
que, los pies y las piernas. Con el riesgo de la picadura de tarántulas, cuya
mordedura puede matar a un caballo, nubes de mosquitos, serpientes venenosas.
En las noches, los vampiros enormes de la manigua, en contraposición a los murciélagos
de la costa.
Innumerables y feroces
insectos atraídos por las fogatas encendidas para ahuyentar a los jaguares y panteras.
Muy a pesar de esa naturaleza
infernal, a más del sopor invernadero de la selva, el tabardillo, la disentería
por las tomas de aguas putrefactas, el paludismo y el soroche; pero muy a pesar
de todo esto, mi querido Perú, se entonaban los himnos de la libertad de Tenerife,
Monpox y san Cayetano. Y se seguía adelante, bajo mis órdenes, acortando
caminos.
La sangre de mis compatriotas
fue vengada palmo a palmo en La Grita, Niquitao, Barquisimeto, Bárbula, Los
Horcones, Las Trincheras, San Mateo, Araure. Ostentaba para esos momentos, el
título de Brigadier General del Ejército y ciudadano de la Nueva granada, que
me fuera concedido en Cúcuta por el honorable Congreso de la Unión.
Con un destacamento de setecientos
hombres, soldados enloquecidos por clarear mis banderas en las fortalezas de
Puerto cabello y La Guaira. Oficiales gallardos, brillantes por sus servicios a
la patria, como distinguidos de ser de buenas familias y exquisita cultura:
José maría Ortega, Joaquín Paris, Atanasio Girardot, Rafael Urdaneta, Francisco
De Paula Vélez, Luciano D´Elhuyar.
Así que, ofrecí al Sr. Presidente de la Unión mi
proyecto que, ambicionaba llevar a término en el menor tiempo posible: reconquistar
a Venezuela. Sentía que este asunto en particular palpitaba en mi pecho con el
ímpetu de un enamorado de la gloria. Marchas forzadas y si descanso. Los
combates sucedían a las escaramuzas y las batallas se generalizaban. Era un
infernal empuje de brioso ariete, sin pedir cuartel, además nadie lo daba. Fue
necesario el decreto de guerra a muerte. No había alternativa, o se da o se
quita. La patria lo exige todo, hasta el corazón. Siempre ¡a paso de
vencedores!
Este era un ejército
bienhechor, de ínclitos soldados granadinos. Caracas, mi amada insatisfecha…”
Tomado de “Diario de
Bucaramanga”. Luís Perú de Lacroix. 2ª. edición. Fundación editorial “El Perro
y La Rana”. Caracas 2010.