viernes, 11 de diciembre de 2020

NIÑAS Y NIÑOS SOSTENEDORES EMOCIONALES DE SUS FAMILIAS, UNA VIOLENCIA INVISIBILIZADA

 

NIÑAS Y NIÑOS SOSTENEDORES EMOCIONALES DE SUS FAMILIAS, UNA VIOLENCIA INVISIBILIZADA

Chile, 9 de diciembre 2020

                                                                                                   Por Camila Ossandón

 

 “El término “parentalización infantil” habla sobre una inversión en los roles de un cuidador y un niño.  se trata de que el menor se vea “obligado o incentivado a asumir tareas que están por encima sus capacidades psicológicas y físicas”.

 

“Patricio Mancilla (37) nació cuando su mamá tenía 18 años. Vivieron los dos solos, hasta que ella conoció al hombre que se transformaría en el padre de tres hijos más, pero también en su agresor y en un adulto desregulado producto de su alcoholismo. A los seis años, Patricio quedó a cargo de esos niños, todos menores de dos años, mientras su mamá iba a trabajar. “Me encargaba de ponerle los pañales a mis hermanos, les daba la leche y aprendí a cocinar para dejar comida lista para todos, mientras mi mamá hacía turnos de noche. Ella tenía 26 años en ese entonces y ningún tipo de apoyo, lo que me hacía pensar que necesitaba que yo estuviese ahí sin juzgar”, cuenta.

 

Pero cuando su mamá volvía, las responsabilidades que se le atribuían a Patricio no disminuían, sino que alcanzaban su punto máximo. “Cuando discutían con su pareja y él la golpeaba, yo, con siete años, me quedaba consolándola. Le daba consejos, me preocupaba de escucharla. Mirando para atrás, considero que en ese momento yo era la única persona sensata en esa casa y que nadie lo podría haber hecho por ella. Me transformé en su amigo y mi padrastro en el enemigo, uno que nunca me recibió como hijo, mientras yo cuidaba a los suyos”, dice.

 

El término “parentalización infantil” habla sobre una inversión en los roles de un cuidador y un niño. Según Denise Oyarzún, Doctora en Psicología de la Universidad Católica de Valparaíso y de la Universidad de Girona, y docente de la Universidad Central, se trata de que el menor se vea “obligado o incentivado a asumir tareas que están por encima sus capacidades psicológicas y físicas. Se puede dar de forma instrumental, donde se le dice que haga tareas cotidianas del hogar o el cuidado de sus hermanos, pero su expresión más grave es cuando se da en lo emocional, la que se manifiesta cuando el niño es manipulado o co-accionado para que cuide de sus padres”.

 

Es un fenómeno que ha sido estudiado desde la teoría del psicoanálisis, cuando falla la teoría del “sostén emocional” que se le atribuye al cuidador. Éste debería tener una “responsabilidad de contención para que la psiquis del niño, un ser en absoluta dependencia, pueda desarrollarse”, según los estudios de su autor, pediatra y psiquiatra británico Donald Winnicott (1945). Pero si bien hay una clara visualización de lo que conforma la parentalización de un niño desde la academia, ésta pasa más desapercibida en el día a día de las familias.

 

Analia Stutman, psicóloga especialista en psicoanalítica relacional de la Universidad Católica y Magíster en Psicoanálisis Universidad Andrés Bello, dice que “la parentalización se puede dar desde los inicios más tempranos del desarrollo de un niño, porque la forma en que éste se va constituyendo en un sujeto social y psicológico, es a través de lo que los padres le van transmitiendo, no desde su propia consciencia reflexiva”. Eso nos lleva a que pensar en una situación que se puede estar dando de forma invisibilizada, cuyo origen puede estar en las carencias emocionales más escondidas del propio adulto.

 

“Para analizarlo hay que retirarnos de la mirada culpabilizadora de los padres, porque ahí hay un adulto que no ha podido ejercer su rol adecuadamente ya está en un estado de fragilidad tan importante, que le impide realizar la contención”, agrega Analia. Para Patricio Mancilla, el hecho de que su mamá sufriera, le hacía creer que era evidente que a sus siete años debía contenerla, pero siente que “el problema es que nunca recibí una contención de vuelta. Pasé gran parte de mi infancia cuidando de otros seres humanos, niños y adultos, viviendo un maltrato por tener que yo ser su sostén emocional, su aliado”.

 

El estudio Modelos Culturales de Crianza en Chile: Castigo y Ternura, una mirada desde los niños y niñas, realizado por World Vision y la Universidad de Chile en junio de 2018, reveló con una muestra de 2.456 niñas y niños que los modelos de crianza en Chile estaban centrados principalmente en el desempeño de la madre. Esto creaba una “diada formativa-afectiva, donde la mamá ocupaba el rol de disciplina, y también de contención emocional”, entregándole la responsabilidad total de la crianza en su círculo familiar. Esto se dio en un 46,9% de los hogares mono-maternos, donde solo vivía la mamá y sus hijos y en un 51,6% en las casas donde vivía la madre y también su pareja.

 

Para Analia Stutman, es en esa responsabilidad atribuida a una sola persona donde comienza la explosión: la falta de contención de un adulto que no puede ver que está fallando, luego se traspasa al niño, haciendo que éste tenga que echarse una carga de sostenedor emocional encima. “El niño es muy sensible a los estados de malestar de la madre que lo cuida, lo que provoca que se ofrezca como un co-regulador emocional. Esto no ocurre desde la intencionalidad, sino que simplemente lo empieza a hacer de forma fortuita y en un ambiente donde no hay un espejo les pueda demostrar que están incurriendo quizás en un maltrato, por muy inconsciente que sea”.

 

El límite entre la “ayuda” y el maltrato

Laura Gallego (25) cuenta que en su infancia nunca se sintió como una niña. Después de la muerte de su madre, cuando ella tenía cuatro años, se quedó viviendo con su papá. “Tenía que hacerme cargo de cosas que no me correspondían, porque mi papá me ocultaba que no tenía plata para poder comprar las cosas básicas a fin de mes. Yo aún era chica y estaba en el colegio, pero sí sabía lo que pasaba, así que me ponía a recorrer lugares preguntando si alguien podía darle trabajo, incluso en mi colegio preguntaba si podía hacer de conserje, para que él estuviera mejor”, cuenta.

 

“Todo empeoró cuando en séptimo básico, me enteré de su boca que había vivido desde los 14 años con una adicción a las drogas. Recuerdo que un día me sentó y me empezó a explicar todo lo que implicaba que él consumiera, se desbordaba llorando y sacaba para afuera todas las angustias de no saber cómo rehabilitarse, o cómo tener más dinero para sobrevivir. Yo sabía que él acudía a mí porque no tenía a nadie más, y eso se ha mantenido hasta hoy, que soy grande. Desde pequeña me involucré en todos sus problemas, incluso los que tenía con sus parejas, y sigue siendo él quien siempre llama pidiendo ayuda, no yo”, cuenta Laura.

 

Para Denise Oyarzún, es complicado detener la “parentalización infatil” cuando esta se da a través de los años, porque a medida que la niña o el niño van creciendo, los límites se van difuminando. “Si bien hay eventos claros que podrían definir que se están cruzando los límites hacia la violencia, como cuando el niño empieza a tomar un rol de pacificador familiar, se involucra en las peleas de pareja o en las decisiones económicas, sabemos que es distinto hablar de estos temas con un menor de 10 años que con uno de 20, y por eso la parentificación es tan complicada”, dice, agregando que “en estos casos, siempre que se afecte su bienestar psicosocial o se sobrepase su capacidad emocional, la parentalización podrá constituir violencia infantil”.

 

El artículo 225 del Código Civil chileno tuvo una reforma en 2013, donde se agregaron definiciones de lo que corresponde al deber de responsabilidad de los padres para con sus hijos, física y emocionalmente. Sin embargo, en ningún espacio se tipifica la “parentalización” como un modo de violencia. La abogada docente de Derecho Civil de la Universidad de Chile y especialista en derecho de la familia, Fabiola Lathrop, asegura que “si bien la situación cae en la figura de “maltrato”, ésta puede ser reconocida sólo cuando ya se ha judicializado un conflicto familiar que esté causando un atentado contra los derechos del niño”.

 

Esta carga emocional trae consecuencias para la vida del niño, y también para la del adulto en el que se va a convertir. Patricio Mancilla cuenta que evita ser un sostenedor emocional para cualquiera. “El instinto paternal para mí no existe, porque siento que de una que otra forma ya fui papá, y fue traumático. A pesar de que hoy mis hermanos tienen sus vidas y sus hijos, y son buenas personas, siento que lo que les di para contenerlos emocionalmente no quedó en mí y por eso no me sentiría preparado para hacerlo de nuevo”.

 

Mientras que Laura Gallego cuenta que le pasó todo lo contrario, y se convirtió en una persona “absolutamente responsable con todo y con todos, soy la que juega el rol de “madre” en mis grupos de amigos, la que siempre cuida y la que nunca falla, aunque mi niñez no haya sido una feliz. Me auto exijo constantemente a ser valiente y no derrumbarme por nada, y eso me ha quitado también mi libertad, porque siempre tendré que estar disponible desde la fortaleza para mi papá”.

                                              Tomado de Diario LATERCERA, Chile.

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