MILES DE MUERTOS EL PRECIO DE UNA OBRA FARAÓNICA
Madrid, 17 de noviembre
2020
Por Juan Eslava Galán
“Miles de obreros
muertos y 17 millones de libras (del siglo XIX), este fue el precio de
construir el Canal de Suez. La vía marítima que unió Europa y Oriente cumple
150 años. Así se hizo realidad el milenario sueño de Ramsés II”.
El Canal de Suez acortó en 8000
kilómetros las travesías marítimas entre Europa y Asia. Se culminó en 1869 y
costó 17 millones de libras (el doble de lo presupuestado)”
«Un defecto de la
geografía. Ciento sesenta y dos kilómetros entre el mar Mediterráneo y el mar
Rojo», dijo Ferdinand de Lesseps, cónsul de Francia en Alejandría, mirando el
mapa y posando el índice en el istmo que unía África y Asia.”
El anciano
Mehmet Alí, valí (gobernador) de Egipto, miraba el mapa y no podía estar más de
acuerdo. El gobernador se había propuesto modernizar su país y confiaba en el
joven Lesseps, pero ¿no era demasiado ambicioso excavar un canal de 20 metros
de profundidad tan largo?
-Es factible
-dijo Lesseps-. Los barcos que pasen por ese estrecho acortarán ocho mil
kilómetros de navegación en torno a África, un gasto inútil y excesivo. Del Índico
o el Pacífico a Europa en pocas jornadas. El derecho de paso por el canal
cubrirá con creces el gasto. Será el futuro de Egipto.
El cónsul
Lesseps confiaba en que el nuevo impulso industrial, financiero y comercial de
su tiempo posibilitara el proyecto. ¿Acaso no había ingenieros franceses en
Egipto que bajo la protección de Alí construían presas, carreteras e
industrias?
Una
obra complicada
Lesseps tuvo que vencer
infinitos obstáculos con una perseverancia admirable. El primer ministro inglés lord Palmerston,
opuesto frontalmente a la construcción del canal, presionó al sultán turco
(bajo cuya autoridad nominal estaba Egipto) para que prohibiera el proyecto.
¿Por qué se oponían los británicos a una
obra que redundaría en su provecho facilitando las comunicaciones entre la
metrópoli y el imperio?
Porque ya habían
resuelto a su manera el oneroso problema de navegar en torno a África.
Recientemente habían construido un ferrocarril entre Suez y Alejandría que
permitía descargar sus mercancías en un punto y reembarcarlas en otro. Antes de
construir el ferrocarril, habían rechazado un proyecto de canal del general
Francis Rawdon Chesney.
Con el proyecto
en manos francesas era evidente que el canal escapaba del control de Su
Graciosa Majestad y, por otra parte, su construcción dejaría obsoleto el
ferrocarril británico. Otra razón -esta, estratégica- era que la apertura del
canal desequilibraría las fuerzas entre las grandes potencias que se mantenían
en el fiel de la balanza desde la derrota de Napoleón.
Con
paciencia y diplomacia, Lesseps consiguió soslayar el obstáculo británico, pero
quedaba por solventar lo más importante: la financiación de un proyecto que la
prensa mundial calificaba, muy oportunamente, de faraónico.
Después de arduas
negociaciones, en 1854, Lesseps obtuvo el permiso de Sa’id Pasha, hijo y
sucesor de Mehmet Alí como valí de Egipto y Sudán, para crear una compañía que
construyera un canal abierto a la navegación internacional. Egipto cedería su
explotación durante 99 años y en ese tiempo percibiría un 15 por ciento de los
ingresos; los accionistas fundadores ganarían un 10 por ciento y los
accionistas comunes, un 15. El 60 por ciento restante lo percibiría la empresa
explotadora como gastos de mantenimiento.
Se creó la
Compagnie Universelle du Canal Maritime de Suez (1858), con sede en París. Los
anuncios en la prensa y los artículos elogiosos sobre el proyecto hicieron su
efecto. Los proyectos de ingeniería, obra del ingeniero austriaco Alois
Negrelli, auxiliado por un equipo de doce expertos internacionales, estaban
listos. El capital de salida, 400.000 acciones de 500 francos, se cubrió
enseguida en distintos países de Europa.
El 25 de abril
de 1859 comenzaron las obras del canal, con una solemne ceremonia que fue
debidamente cubierta por enviados especiales de la prensa internacional. Tanta
alharaca no sentó nada bien en el Gobierno británico, que redobló sus esfuerzos
diplomáticos para estorbar las obras, un último obstáculo que fue superado
gracias a los buenos oficios de Napoleón III y de su esposa, la española Eugenia de Montijo,
a la que entusiasmaba el proyecto.
Como en tiempos
de los faraones, en el depauperado Egipto no faltaba la mano de obra forzada.
Unos veinte mil felahi comenzaron a desterrar la enorme
zanja a base de azadón.
La mortandad de
los obreros se disparó. Su hacinamiento en barracones insalubres favorecía las
epidemias. El número de los fallecidos es todavía objeto de discusión, pero
oscila entre los 30.000 de las cifras oficiales y los 100.000 que los egipcios
reivindican para mostrar que aquella obra está cimentada con la sangre del
pueblo. El caso es que, cuando el canal estaba a medio construir, los
británicos orquestaron una campaña para protestar de las inhumanas condiciones
en que sus obreros trabajaban.
-Son las mismas
en que ustedes construyeron su ferrocarril -replicó Lesseps-.
No obstante, el número de
operarios se redujo a 4000 y los ingenieros recurrieron a medios mecánicos para
terminar la obra: dragas, grúas y otros ingenios.
Diez años
duraron las obras del canal. Participaron, en distintos turnos, hasta un millón
y medio de obreros. A falta de algunas infraestructuras aplazadas para el
futuro, el canal se dio por concluido en 1869. La excavación desde Port Said
hasta Port Tewfik, en la bahía de Suez, formaba una artesa de 162 kilómetros de
largo, 22 metros de ancho en el fondo, 58 metros en la superficie y 8 metros de
calado. Suficiente para que los buques de la época la recorrieran en fila india
en un sentido o en otro.
En total había
salido por 17 millones de libras esterlinas, más del doble de lo presupuestado,
pero la diferencia se había cubierto gracias a la buena acogida de los bonos
emitidos por la banca de James de Rothschild, la rama francesa de la familia.
La gran inauguración
Ismail Pasha
invitó a la solemne apertura del canal a los grandes mandatarios del mundo: a
Francisco José -el emperador de Austria-, al príncipe imperial de Prusia, al
sultán de Turquía, al sah de Persia… Los huéspedes distinguidos se albergaron
en un palacio construido exprofeso en la isla de Gezira.
El banquete
inaugural fue memorable, con un menú de la gran cocina francesa creada por el
famoso Carême. Se había cuidado hasta el último detalle: centros de flores
exóticas, lámparas de mil bujías, cristalería de Bohemia… El gran Verdi había
compuesto su ópera Aída, de tema egipcio.
Incluso se había pensado instalar en Port Said la mayor escultura del mundo,
una matrona sosteniendo en alto una antorcha, remedo del fabuloso faro de
Alejandría. Al final no pudo ser y se instaló en Nueva York: la Estatua de la
Libertad.
Una flota internacional de
docenas de buques engalanados con banderas y luminarias nocturnas se concentró
en Port Said para el viaje inaugural. Abrió procesión el Aigle, el yate
imperial de Eugenia de Montijo, que concurría acompañada de sus sobrinas Luisa
y María de Alba. La travesía hasta el mar Rojo duró cuatro apacibles días de
fiestas y bailes a bordo.
El canal resultó
un excelente negocio… incluso para los ingleses, que acabaron adueñándose de
él. En 1875, el endeudado pachá heredero de Ismail puso a la venta su paquete
de acciones y el avispado premier británico Disraeli las adquirió asegurándose
el dominio del atajo entre Inglaterra y la India.
La idea del canal no era nueva. La expedición egipcia de
Napoleón Bonaparte había descubierto el antiguo canal abierto por los faraones
entre el mar Rojo y el Nilo. Incluso se trazó su curso en la Description
de l’Égypte (1809). Dos mil doscientos años atrás el faraón Seti I
había empezado a excavarlo; su hijo Ramsés II continuó, pero abandonó los
trabajos en vista de que las tormentas de arena lo colmataban. El persa Darío I
-conquistador de Egipto- consiguió abrirlo, pero en cuanto los avatares
políticos de la región descuidaban su dragado, la arena lo malograba. Nuevas
propuestas de apertura en el siglo XVI por parte de Venecia y en el XVII por
Luis XIV de Francia no llegaron a buen término. La última la formuló el ingeniero
Lepêre, miembro de la expedición que acompañó a Bonaparte.
España no podía faltar en la solemne inauguración del canal y
envió la fragata Berenguela en su representación, pero resultó que el calado
excesivo de la nave le impidió participar en la travesía inaugural. La
Berenguela quedó atracada en Port Said junto a la fragata prusiana Hertha,
igualmente prohibida por excesiva, hasta que le desmontaron el velamen y la
artillería y, de este modo aligerada, pudo continuar su viaje hasta su destino
en Manila, capital de las todavía españolas islas Filipinas.”
Tomado de XLSemanal, España.
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