VACÍO DE PODER Y EL FUTURO DE CHILE POST PIÑERA
Chile, 15 de noviembre 2020
“El país no atraviesa por una recesión económica o
crisis inflacionaria, los partidos siguen cumpliendo sus funciones, y el
Presidente Piñera aun se encuentra en su cargo. Sin embargo, el panorama
nacional ofrece otros matices. Primero, es indudable que el escenario económico
es poco optimista producto del COVID-19. Segundo, los partidos tradicionales
tanto de Chile Vamos, ex Concertación, Partido Comunista, como los del Frente
Amplio se encuentran seriamente deslegitimados frente a la ciudadanía.”
Desde octubre de 2019, se ha vuelto
evidente la escasez de liderazgos políticos que aqueja a Chile. Parte de la
discusión pública se ha centrado en la coyuntura, específicamente, en la
debilidad del Presidente Sebastián Piñera para cumplir sus roles como jefe de Estado,
jefe de gobierno y líder de su coalición. Sin caer en una “piñerización” del
análisis, es necesario pensar en los posibles escenarios futuros a partir del
momento actual. Para ello, vale la pena reflexionar sobre cómo la ineficacia de
los liderazgos políticos en determinados momentos puede facilitar el
surgimiento de presidencias concentradoras de poder en los años siguientes.
América Latina ofrece varios ejemplos al respecto de los cuales se pueden
extraer algunas lecciones.
El contexto latinoamericano
En Argentina, Raúl Alfonsín
(Unión Cívica Radical) renunciaba a la presidencia asediado por una prolongada
recesión económica, hiperinflación, sin apoyo en el Congreso, y siendo objeto
de un alto número de protestas callejeras. Su salida fue negociada, para lo
cual se adelantó la elección presidencial de 1989, cuyo ganador fue el
candidato de la oposición, Carlos Menem (Partido Justicialista).
Menem reformó la composición de la Corte
Suprema para tener más influencia en ella, impulsó una de las privatizaciones
más grandes en América Latina, y acordó la reforma a la Constitución (1994)
gracias a la cual pudo reelegirse en 1995. Menem estuvo 10 años en el poder
(1989–1999) y solo fue disuadido de ir por un tercer periodo producto de las
presiones que recibió de su propio partido. Luego, en 2001, Argentina fue
testigo de una de las crisis política, social y económica más severas de las
últimas décadas. En diciembre de ese año, el Presidente Fernando de la Rúa
(Unión Cívica Radical) era forzado a renunciar acorralado por movilizaciones
anti-gobierno y en un clima caracterizado por el ¡que se vayan
todos! A dicha crisis le siguió la elección de Néstor Kirchner
(2003–2007), quien llegó al poder luego que Eduardo Duhalde––presidente
interino post De la Rúa––también diera un paso al costado. Kirchner,
eventualmente, entregó la banda presidencial nada menos que a su esposa,
Cristina Fernández (2007–2015). El kirchnerismo estuvo en
total 12 años en la Casa Rosada, para luego volver en 2019 de la mano de
Alberto Fernández como presidente y Cristina Fernández ahora como
vicepresidenta.
Por su parte, Ecuador vio
el ascenso de Rafael Correa, un outsider, quien se mantuvo como
presidente por una década (2007–2017). Su llegada al poder fue precedida por
tres crisis presidenciales: Abdalá Bucaram (1996–1997), destituido luego de que
el Congreso declarara su “incapacidad mental”; Jamil Mahuad (1998–2000),
derrocado por un levantamiento indígena-militar y remplazado por el Congreso en
medio de una grave crisis financiera; y Lucio Gutiérrez (2003-2005), quien dejó
su cargo y huyó del país durante una crisis político-institucional. Gracias al
debilitamiento de los ya frágiles partidos tradicionales ecuatorianos y
al commodity boom, Correa tuvo una influencia significativa en
la política doméstica, especialmente sobre el Congreso. Entre sus logros más
importantes se cuenta una nueva Constitución aprobada vía asamblea
constituyente.
Similarmente, Evo Morales en Bolivia llegó
al poder en 2006, luego que Gonzalo Sánchez de Lozada (electo) y Carlos Mesa
(interino) renunciaran a sus cargos en 2003 y 2005, respectivamente, en medio
de fuertes movilizaciones sociales en su contra. Morales eliminó las
restricciones a la reelección, promulgó una nueva constitución por medio de
asamblea constituyente, y estuvo en el poder tres periodos por un total de 13
años.
La historia es parecida en Venezuela que
fue testigo de la llegada de Hugo Chávez (1999–2013) luego del colapso del
sistema de partidos venezolanos y la pérdida de legitimidad de la elite
gobernante. En este contexto de desprestigio profundo de la política
tradicional, Chávez aparecía como el único político dispuesto y capaz de
atender las necesidades del pueblo venezolano. El control casi sin contrapesos
ejercido por Chávez––y, luego, por Nicolás Maduro (2013–actualidad)––sobre los
otros poderes del Estado es ampliamente conocido.
Los indicadores de apoyo y popularidad del Presidente
Piñera son históricamente bajos. La presidencia de Piñera es, sin dudas, la más
débil desde 1990: la única que ha sido objeto de masivas e intensas protestas
callejeras (aunque el inicio de las movilizaciones el 18-O no tuvo como
destinatario a Piñera) y de una acusación constitucional en su contra (la
primera en más de 60 años). A esto se suma una creciente fragilidad de sus
ministros, los cuales han sido blancos reiterados de los “ataques” de la
oposición
Finalmente, tenemos el caso de Alberto
Fujimori (1990–2000) en Perú. Fujimori llega a la presidencia en un
escenario de desprestigio de la clase política, colapso del sistema de partidos
incluido, y precedido de una pobre conducción de gobierno y manejo económico
del presidente saliente, Alan García (1985–1990). Fujimori cerró el Congreso
mediante el ya conocido autogolpe en 1992, acción que contó
con alto apoyo popular, fomentó un fuerte personalismo centrado en su figura, y
gobernó bajo condiciones económicas favorables.
La influencia política de Fujimori en
los años ‘90s casi no tuvo restricciones. Fujimori solo dejó el poder a poco de
comenzar su tercer periodo (2000) en medio de acusaciones de fraude electoral y
cuando su administración era golpeada por la revelación de los ya míticos vladivideos que
mostraban a su asesor, Vladimiro Montensinos, sobornando a políticos peruanos.
El surgimiento de este tipo de
presidentes concentradores de poder parece ser precedido de tres tipos de
contextos: (a) inestabilidad de gobierno, en la forma de
presidencias “fallidas” (presidentes que dejan anticipadamente sus cargos) o de
liderazgos debilitados en extremo (Alan García en Perú), (b) colapso
del sistema de partidos (Perú y Venezuela), y/o (c) severas
crisis económicas. Todos los casos descritos derivaron de contextos de
vacíos de poder (inestabilidad de gobierno o colapso del sistema de partidos),
mientras solo algunos de ellos también fueron acompañados de crisis económicas
(hiperinflación o recesión). Cabe considerar que, de las presidencias
concentradoras, aquellas que menos amasaron poder se encuentran en Argentina
(Menem y, luego, el kirchnerismo), mientras que en Venezuela
(Chávez y, posteriormente, Maduro) el presidente ha contado con una influencia
política desbordada. Adicionalmente, todos los presidentes post crisis se
caracterizaron por una alta personalización política.
¿Lecciones para Chile?
Afortunadamente, la situación en Chile––desde
octubre de 2019 hasta la fecha––no ha sido tan severa como los casos arriba
examinados. El país no atraviesa por una recesión económica o crisis
inflacionaria, los partidos siguen cumpliendo sus funciones, y el Presidente
Piñera aun se encuentra en su cargo. Sin embargo, el panorama nacional ofrece
otros matices. Primero, es indudable que el escenario económico es poco
optimista producto del COVID-19. Segundo, los partidos tradicionales tanto de
Chile Vamos, ex Concertación, Partido Comunista, como los del Frente Amplio se
encuentran seriamente deslegitimados frente a la ciudadanía.
El resultado abrumador por la
opción Convención Constitucional por sobre la Constitución
Mixta Constitucional refleja claramente un ánimo anti-partidos e
incluso anti-políticos tradicionales. El sistema de partidos en Chile no se
encuentra cerca del colapso, pero sí sus partidos enfrentan serios problemas de
coordinación interna y representatividad (ver columna de Luna y Toro).
En tercer lugar, se percibe un claro
debilitamiento de la figura presidencial. Los indicadores de apoyo y
popularidad del Presidente Piñera son históricamente bajos. La presidencia de
Piñera es, sin dudas, la más débil desde 1990: la única que ha sido objeto de
masivas e intensas protestas callejeras (aunque el inicio de las movilizaciones
el 18-O no tuvo como destinatario a Piñera) y de una acusación constitucional
en su contra (la primera en más de 60 años). A esto se suma una creciente
fragilidad de sus ministros, los cuales han sido blancos reiterados de los
“ataques” de la oposición. Por otro lado, los partidos de la oposición de
centroizquierda e izquierda no ofrecen una alternativa clara, confiable y
cohesionada de gobierno. Esta ausencia de liderazgos en la oposición puede ayudar
a explicar (parcialmente) por qué Piñera no ha sido obligado a dejar su cargo
anticipadamente.
Finalmente, la pregunta que surge es qué
nos depara el futuro, post Piñera. Parte de la respuesta puede estar en los
últimos sondeos que reflejan preferencias ultra fragmentadas de la ciudadanía
sobre quién podría ser el o la próxima presidenta de Chile (solo un par de
“presidenciables” supera ligeramente el umbral del 10% en las encuestas). Esto
es otro síntoma del vacío de poder dejado por los partidos y aumentado por la
débil conducción política de Piñera.
El escenario actual tiene el potencial
de facilitar el surgimiento de liderazgos personalistas que prometan salvarnos
de los partidos y de la “vieja política”, liderazgos que podrían intentar
concentrar el poder en los años venideros. De ser así, se espera que los
tribunales de justicia, los partidos desde el Congreso, y Contraloría––actores
que históricamente han sido actores de veto (ver más aquí)––intenten
frenar los impulsos de un presidente concentrador de poder. Lo anterior,
naturalmente, involucraría otro ciclo de tensión e inestabilidad política en el
país.”
Tomado de diario EL MOSTRADOR.cl
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