sábado, 19 de septiembre de 2020

“¡JUNTA QUEREMOS, JUNTA QUEREMOS!”: LA HISTORIA OCULTA DEL TENSO 18 DE SEPTIEMBRE DE 1810

 

“¡JUNTA QUEREMOS, JUNTA QUEREMOS!”:

LA HISTORIA OCULTA DEL TENSO 18 DE SEPTIEMBRE DE 1810

Chile, 18 de septiembre 2020

                                                                              

                                                                  Por Felipe Retamal y Pablo Retamal N.

 

“Impulsada por un grupo de criollos, que buscó resguardar el poder al rey de España dentro de su núcleo social, la formación de la primera junta de gobierno hace exactos 210 años dejó detalles sabrosos en el camino. Tres expertos desmitifican a Culto que la reunión fuese un cabildo abierto, y revelan quiénes eran y qué pensaban sus organizadores. Que, por cierto, no usaban peluca.

 

I

“Procedió con calma. El tumulto reunido en el salón del Tribunal de Consulado, aquella mañana del martes 18 de septiembre de 1810, vio cómo el gobernador de Chile, el octogenario Mateo de Toro y Zambrano ponía suavemente el bastón de mando -símbolo por excelencia del poder en el Chile colonial- sobre la mesa central dispuesta en la sala.

Pasadas las 9 de la mañana, cerca de 350 personas habían llegado para llevar a cabo una idea que venía rondando con fuerza en la lejana posesión española de la Capitanía General de Chile. Tras el ineludible intercambio de palabras entre los asistentes, la multitud se silenció respetuosa ante la entrada de Toro y Zambrano, el conde de la Conquista.

 Tras colocar el bastón, el silencio se apoderó del lugar. Las miradas atentas y expectantes no se despegaban de la escena. Toro, con gran entereza, simplemente dijo:

“Aquí está el bastón, disponed de él, y del mando”.

 A continuación, se dirigió hacia su secretario, José Gregorio Argomedo, y le dijo: “Secretario, cumpla con lo que le he prevenido”. Y a continuación, Argomedo se levantó de su asiento, tomó un respiro y se dirigió a la audiencia.

 El Chile de 1810 encontrará a sus ciudadanos incorporando a su vida diaria algunos cambios en el vestuario. En los trajes de hombres y mujeres —quienes lentamente tomaban la costumbre del baño de tina diario— se impuso el modelo “Imperio”, llegado desde Francia, más ligero, ceñido y de diseño más sencillo. Pantalones, levita y chaleco, para ellos; camisones vaporosos ajustados bajo el busto y con los brazos al desnudo, para ellas. De alguna manera, era el símbolo de una sociedad que comenzaba a abrirse a los nuevos tiempos.

 Precisamente, el país europeo indirectamente también influyó en los hechos que llevaron al cabildo del 18 de septiembre. En 1808, Napoleón Bonaparte invadió España, aunque en principio no iba a apoderarse de ese reino, sino marchar hacia Portugal, con el fin de someter a los portugueses quienes no habían respetado el bloqueo comercial que el emperador de los franceses impuso en toda Europa contra Inglaterra.

 El pueblo español se resistió al paso de la Grand armeé, hubo un levantamiento que se conoció como el motín de Aranjuez, donde el rey Carlos IV, abdicó a favor del príncipe, Fernando VII, un tipo mujeriego, fumador empedernido y de apetito voraz. Pero entonces ocurrió lo increíble: las querellas entre padre e hijo continuaron, y Napoleón los reunió a ambos en Bayona, donde tomó una decisión drástica. Obligó a Fernando a devolverle la corona a su padre, y a este, a que se la entregase. Algo así como unas sillas musicales monárquicas. El nuevo rey de España sería José Bonaparte, el hermano del emperador, y Fernando fue tomado prisionero.

 

En América las noticias llegaban de manera alarmante. Nadie sabía muy bien qué ocurriría. En España, para resistir la invasión, se levantó un Consejo de Regencia. Esta gobernaría el país mientras durara el cautivo del rey, y además a las colonias americanas. Las cuales, también comenzaron sus propios procesos internos para ver cómo reaccionar.

 

El 25 de mayo de 1810, en Buenos Aires, un grupo de criollos porteños destituyó al virrey Cisneros y formó una junta de gobierno. Dado que no se reconocía la jurisdicción del “Consejo de Regencia” formado en la península, puesto que los territorios americanos eran patrimonio directo del rey, no del pueblo español.

 

Ese mismo año, el 19 de abril, también se proclamó una junta en Caracas, en la Capitanía general de Venezuela. El 20 de julio, se formó una junta en Bogotá, en el virreinato de Nueva Granada. El año anterior, se habían formado juntas en Quito y La Paz, las que fueron duramente reprimidas.

 

Los criollos contra “El Africano”

A Chile, las noticias llegaron a través del correo de Buenos Aires, por entonces, la ruta comercial favorita de los criollos, debido a que eludían el difícil y tempestuoso Cabo de Hornos. En ese momento, la tensión se concentraba en el palacio de gobierno. En febrero de 1808 falleció el entonces gobernador Luis Muñoz de Guzmán. Según las leyes españolas, quien debía sustituirlo era el militar de mayor graduación del reino, este nombre era el de Francisco Antonio García Carrasco.

 

García Carrasco era un militar rudo y de trato áspero quien estaba acuartelado en Concepción. Durante su permanencia en la zona enfrentó los embates de la frontera bajo duras condiciones de vida. A la capital llegó con su secretario, Juan Martínez de Rozas, un astuto abogado nacido en Mendoza —por entonces parte de la Capitanía General de Chile— y será un nombre relevante más tarde.

 

Una vez en el poder, el nuevo mandamás escuchó un inquietante rumor; los criollos querían levantar su propio gobierno mientras estuviese cautivo Fernando VII. Con el instinto de estratega, notó que había una amenaza en ciernes.

 

Por ello, de inmediato dejó en claro que no toleraría ninguna intentona de junta, como había ocurrido en otros rincones de sudamérica. “Para García Carrasco y los miembros de la Real Audiencia, la resistencia frente a las fuerzas francesas era posible y, por tanto, no era legítimo instituir una junta de gobierno local —señala el historiador y académico de la USS, Gabriel Cid—. Para la mayoría de la elite capitalina, la península estaba perdida y era necesario establecer una junta, a semejanza de otras regiones del continente. Una salida política perfectamente fidelista, por lo demás”.

 

Pero la actitud del gobernador solo lo alejó más de sus súbditos. “García Carrasco no fue un gobernante querido por la aristocracia de Santiago que incluso lo miraba bastante en menos por su origen —cuenta a Culto el historiador y académico de la Universidad de Chile, Cristián Guerrero Lira—. Había nacido en Ceuta, posesión española en África y por eso lo apodaban ‘El Africano’”.

 

Apodos más, apodos menos, el hecho concreto es que el tosco García Carrasco no tuvo una buena gestión a cargo del reino. “No tuvo un gobierno muy feliz y constantemente se enfrentó al Cabildo y otras instituciones”, apunta Guerrero. Así, fue creando fricciones con los criollos.


“Desde el día uno hubo tensiones, hubo problemas que solamente fueron creciendo —explica el historiador Cristóbal García-Huidobro—. En parte por las circunstancias que venían de afuera, desde las noticias que se recibían de España. Además, por la tensión que se produjo por la visita de una fragata británica que vino a recolectar fondos para la corona española”.

 

García-Huidobro, también profesor de la facultad de Derecho de la USACH, añade que el gobernador era un hombre de un carácter bastante difícil. “Creaba conflictos artificiales. Por angas o por mangas, como se dice tradicionalmente, terminó por crear la convicción tanto en la Real Audiencia, como en el Cabildo de Santiago, de que lo que había que hacer era derrocarlo”.

 

Y esa convicción se llevó a los hechos a partir de una decisión que molestó a los vecinos de Santiago. Una noche fueron arrestados tres criollos ilustres que simpatizaban con la idea de crear una junta de gobierno propia. Eran Juan Antonio Ovalle (procurador de Santiago), José Antonio de Rojas (un eminente miembro de la aristocracia capitalina) y el abogado Bernardo Vera y Pintado (quien años más tarde escribiría la letra del primer himno nacional de Chile). Se les acusó de conspiración.

 

Sin embargo, el entuerto le costó caro al “Africano”. Hubo protestas generalizadas a causa de estas detenciones sumarias. El gobernador terminó sin el respaldo ni de la Real Audiencia ni del Cabildo, y sucumbió a las presiones de los influyentes criollos que no le perdonaban los arrestos cometidos.

 

Así, la tarde del 16 de julio de 1810, y en medio de los gritos de una muchedumbre que se reunió en el patio del palacio del gobernador (el actual edificio de Correos de Chile, en la Plaza de Armas de Santiago), García Carrasco finalmente dimitió. En su acta de renuncia colocó que su decisión se debía “por el estado de su quebrantada salud” y por la continua agitación en que vivía.

 

“Se hizo un movimiento con militares, García Carrasco es arrestado, sometido a un juicio de farsa y después lo embarcaron de Valparaíso al Callao”, cuenta García-Huidobro.

En el momento en que García Carrasco estampaba la firma de su renuncia, un grito se escuchó tres veces en el patio del palacio: “¡Junta queremos!”.

 

Sin García Carrasco, la Real Audiencia se apresuró en hacer cumplir la ordenanza española sobre la sucesión del cargo. ¿Quién sería el elegido?

 

El hombre que compró un título

83 años contaba Mateo de Toro y Zambrano cuando fue nombrado gobernador de la Capitanía General de Chile, en reemplazo de García Carrasco, siguiendo lo establecido por la ley española, pues fue quien quedó como el militar de mayor graduación. Se trataba de uno de los hombres más adinerados del reino, quien se había hecho millonario primero en base al negocio de los géneros, pero luego apuntó alto y adquirió las haciendas Huechún, San Diego y Perquin, además de algunas chacras y casas.

 

También había empezado a acumular cargos públicos. Primero fue regidor en el Cabildo de Santiago, luego alcalde de aguas, alcalde de moradores, corregidor, justicia mayor de Santiago, superintendente de la Casa de Moneda y juez diputado del comercio.

Además, acaparó cargos militares: lugarteniente de capitán general y teniente de alcalde mayor de minas, comandante del Regimiento de Milicias de la Princesa y brigadier de los reales ejércitos.

 

Pero el palo al gato lo dio en 1770. Ocurre que, en el siglo XVIII, necesitada de fondos, la corona española había empezado a otorgar títulos nobiliarios a quien pudiese pagarlos. Así, tras desembolsar una importante cantidad, le fue entregado el pomposo título de conde de la Conquista. Ello significó un trampolín en su carrera pública.

 

Para un grupo de criollos, su nombramiento a la cabeza del país no fue una buena noticia, puesto que esperaban establecer una junta de gobierno, como las que venían naciendo en la América colonial.

 

Así, en esos días se formaron dos bandos. Uno, liderado por el Cabildo de Santiago, donde la idea de la junta de gobierno inflamaba los ánimos de sus miembros; el otro, desde la Real Audiencia y la Iglesia, quienes eran partidarios de no realizar mayores cambios.

 

Cada uno de los bandos por su lado pujaba al anciano gobernador, quien solo se limitaba a escuchar. Por su avanzada edad y senectud, era incapaz de tomar una decisión. Para muestra, la primera determinación que tomó al llegar al poder fue...hacer circular una proclama. En ella recomendaba mantener el orden público, en un tono que rayaba en lo paternal.

 

“Evitándose los escándalos y pecados públicos, las enemistades y rencillas que con ocasión de cualquier ocurrencia se hayan podido promover, lo que se oIvidará enteramente, conservándose todos el más cristiano amor, y la más constante armonía observada hasta aquí entre españoles, europeos y criollos”, rezaba parte de la proclama.

Cual campaña política, los realistas y peninsulares tomaron la proclama como un triunfo, y prestos, se apresuraron a hacer circular otra por la calles de Santiago donde le daban la bienvenida a Toro y Zambrano y se sumaban a sus deseos.

 

Pero los partidarios de la junta decidieron jugar de manera estratégica. En vez de lanzar proclamas a la calle, optaron por colocar cerca del nuevo gobernador a dos de los suyos: Jose Gregorio Argomedo, como secretario, y a Gaspar Marin, como asesor letrado.

Así, ambos bandos comenzaron a pujar por sus intereses.

                                                                         Tomado de diario LATERCERA, Chile

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