“¡JUNTA QUEREMOS,
JUNTA QUEREMOS!”: LA HISTORIA OCULTA DEL TENSO 18 DE SEPTIEMBRE DE 1810
Chile, 18 de
septiembre 2020
Por Felipe Retamal y Pablo Retamal N.
II
“Impulsada por un grupo de criollos, que buscó resguardar el poder al
rey de España dentro de su núcleo social, la formación de la primera junta de
gobierno hace exactos 210 años dejó detalles sabrosos en el camino. Tres
expertos desmitifican a Culto que la reunión fuese un cabildo abierto, y
revelan quiénes eran y qué pensaban sus organizadores. Que por cierto, no
usaban peluca.”
REBELDES SIN PELUCA
Por entonces, se formaban los conjuntos que originarán los
primeros bandos políticos chilenos. Cristóbal García-Huidobro explica el
panorama: “Fundamentalmente, los grupos que existían eran tres: los patriotas,
por un lado, que eran una minoría muy pequeña; los monarquistas, o realistas,
que también eran un número relativamente pequeño; después, está un grupo
bastante grande, que se conocen como los moderados”.
Pero en la primavera de 1810 la discusión se concentró entre
monarquistas y moderados. García Huidobro asegura que por entonces aún no
entraban en escena los patriotas asociados a las figuras como O’Higgins,
Rodríguez o Carrera . “Los patriotas estaban en su casa, porque recién tuvieron
cierto grado de relevancia política con el Congreso de 1811”.
¿Quiénes eran los moderados? “Eran un grupo homogéneo, algunos
tenían títulos nobiliarios y eran gente de fortuna, lo que no obsta que hayan
habido grupos populares, aunque eso lo vamos a ver en la primera etapa del
proceso emancipatorio, entre 1811-1814 —explica García Huidobro—. No querían un
quiebre profundo. Aunque tampoco sabían muy bien qué reformas eran las que
querían, no había consenso en eso”.
“Sus ideales iniciales eran una reforma que garantizara libertad
de comercio, reformas económicas y educativas, además de mayor autonomía local
—añade Gabriel Cid—. Fue una generación que, sin proponérselo inicialmente,
salvo que se apele a la añeja tesis de los ‘precursores’, terminó liderando un
proceso político revolucionario”.
Entre esos primeros hombres públicos había un interés por las
ideas que resonaban en los salones europeos. “Algunos habían viajado a Europa,
habían conseguido libros de pensadores de la Ilustración y entendían, en parte,
esas ideas”, detalla García Huidobro. Por su lado, Cid, agrega que compartían
una idealización de la cultura clásica y otras referencias como “un aprecio por
los ideales de la Ilustración hispánica que, como sabemos, era católica como
monárquica”.
Por ello, la moda de entonces contribuyó a transmitir un nuevo
ideario. “El ideal masculino avejentado y de salón del siglo XVIII desapareció
para dar paso a un prototipo joven, apuesto dinámico”, detalla la historiadora
Isabel Cruz en un capítulo del tomo 1 de la Historia de la vida privada
en Chile (Taurus, 2005). De allí a que, por ejemplo, para 1810, ya
casi no se usaba la peluca empolvada propia del siglo anterior; se impuso el
flequillo hacia adelante y las patillas crecidas, tal como se ve en los
retratos de Gil de Castro.
Un caso similar ocurrió con el vestuario femenino, inspirado en el
estilo neoclásico. Según Isabel Cruz, desde 1801, las chilenas comenzaron a
usar los camisones y vestidos ceñidos, que se diferenciaban del traje más
extravagante y complejo del rococó. A estos se agregó el uso del chal y las
chinelas que revelaban los pies. Tras varios siglos, el cuerpo dejó de estar
oculto completamente; “emergió como verdad natural”, asegura Cruz.
Por ello, agrega que esta nueva lógica de la indumentaria, que
usaron los hombres y mujeres de la elite, fue “el tipo de vestuario adecuado
para mostrar y aún anticipar los grandes cambios y los nuevos anhelos que se
incubaban”.
Los días fueron pasando, la tensión fue en aumento, y el anciano
conde de la Conquista no se decidía a nada. “La verdad es que Toro Zambrano
dudaba si seguir la línea propuesta por el Cabildo de Santiago, es decir,
formar una Junta de Gobierno fiel al rey Fernando VII o no innovar en la
materia, es decir, no hacer nada, que era lo que le proponía la Real
Audiencia”, asegura Guerrero Lira.
Al final, esa irresolución permitió que el 13 de septiembre, los
criollos simplemente tomaran los hechos por sus manos y convocaran a un cabildo
abierto para que este decidiera qué hacer. Fecha y hora: martes 18 de
septiembre, 9 de la mañana.
Mateo de Toro y Zambrano terminó por plegarse, pese a que tenía
sus dudas. “No le gustaba la idea pues temía al ‘tumulto’ que en ella pudiese
producirse, así lo dicen los documentos”, señala Guerrero Lira.
A la hora de las invitaciones se optó por convocar a una gran
cantidad de gente. “La Audiencia, al Cabildo, a las autoridades en general, a
los superiores de las órdenes religiosas y a los vecinos nobles”, acota
Guerrero Lira.
Gabriel Cid señala que Mateo de Toro y Zambrano terminó accediendo
por ser considerado una figura de consenso. “Poseía una serie de virtudes en
ese momento: una trayectoria burocrática impecable como funcionario de la
corona, un estatus social reconocido por la elite local y una avanzada edad,
que lo volvían en cierto sentido inmunes frente a las sospechas de ambición de
poder o de dar un giro radical al proceso”.
“Era una figura que simbolizaba la posibilidad de avanzar hacia el
juntismo defendido por la elite criolla, pero sin despertar recelos
secesionistas hacia la monarquía. De ahí el carácter marcadamente fidelista de
los sucesos de septiembre de 1810”, agrega Cid.
Para Cristóbal García-Huidobro, hay otro factor que terminó
pesando en que Mateo de Toro y Zambrano se plegara a la idea de la junta. “Él
también era moderado. Al final del día, él era un miembro de la elite del
cabildo. Era un criollo ennoblecido, pero si bien no tenía estas ideas
avanzadas ni de progreso, terminó inclinándose por las presiones de su propio
grupo social, y su propio grupo político”.
Cristián Guerrero Lira aporta un dato curioso, las invitaciones al
cabildo abierto estaban impresas, “lo que desmiente que la primera imprenta
haya llegado a Chile en 1812. De hecho ya se habían editado libros en Santiago,
pequeños, rústicos, pero había imprenta”. Quien se encargó fue el tipógrafo
José Camilo Gallardo, quien tres años después se ocupó de imprimir los
ejemplares de El Monitor Araucano, el segundo diario editado en el país.
En total, fueron repartidas 437 invitaciones. De estas, solo 14
fueron para españoles. Estaba clarísima la intención del cabildo. Solo en la
tarde del día 17 terminaron de ser entregadas.
Para no llegar desprevenidos, la noche anterior, mientras una
fuerte lluvia caía sobre Santiago, un grupo de criollos se reunió en la casa de
Domingo de Toro, uno de los hijos del gobernador. Ahí se amañó todo. Se acordó
que se establecería una junta de gobierno, que la presidiría el mismo conde de
la Conquista; vicepresidente, sería el obispo Jose Antonio Martínez de
Aldunate, y los vocales serían Fernando Márquez de la Plata, Juan Martinez de
Rozas e Ignacio de la Carrera y Cuevas (padre de los hermanos Javiera, Juan
José, José Miguel y Luis). Además, se acordó la forma en que los debates se
abreviaran, y que se impidiera a toda costa a que los oponentes se extendieran
demasiado.
¿Fue un cabildo abierto?
Una idea a menudo repetida en los manuales de historia escolar, es
que la reunión del 18 de septiembre fue un cabildo abierto. Pero, como suele
suceder, en este punto se cruzan algunos aspectos del mito y la realidad.
“En sus orígenes, durante la conquista, los cabildos poseían la
función de ser un cuerpo colegiado que representaría al ‘pueblo’, en tanto
agrupación de hombres libres”, explica Gabriel Cid. "Sin embargo, con el
afianzamiento del régimen colonial el poder se institucionalizó y burocratizó,
incidiendo en su declive, eliminándose como práctica política —agrega—. La
misma institucionalidad del cabildo se ‘aristocratizó’, como afirma Julio
Alemparte.
Habitualmente, el cabildo funcionaba en la modalidad cerrada, es
decir en sesiones privadas de sus funcionarios junto al alcalde de la ciudad.
“Se reunía el concejo de regidores del municipio”, explica García Huidobro. Por
otro lado, el cabildo abierto, operaba en otra lógica. “Eran excepcionales,
fundamentalmente cuando se necesitaba invitar a más gente del vecindario para
tomar decisiones sobre materias que eran particularmente complejas”, agrega el
historiador. Por ello fueron pocas, muy pocas, las veces en que se convocó.
“Entre 1541 y 1799 sólo se realizaron, según consta en las actas
del cabildo, 60 reuniones de este tipo: 2 en el siglo XVI, 57 en el XVII y sólo
1 en el XVIII. Para los primeros años del siglo XIX no se registra ninguna”,
asegura Cristián Guerrero Lira.
El historiador también ahonda en otro mito que la bruma del tiempo
tejió alrededor de dichos encuentros. “Tampoco eran reuniones masivas como se
piensa comúnmente. El promedio de asistentes externos al Cabildo, es decir,
vecinos, es de 15 o 16, habiendo llegado 81 a la más concurrida (en 1541) y 3 a
la con menos asistencia (en 1696). Incluso hubo algunas cuyo inicio se demoró
por horas esperando a que se apersonaran los vecinos a pesar de haber sido
citados y llamados a viva voz el mismo día por el pregonero que recorría las
calles”.
Por ello, la opinión de los expertos es que la reunión del 18 de
septiembre de 1810, no se trató exactamente de un cabildo abierto. “Es abierto
entre comillas porque se extienden invitaciones a los llamados ‘mayorales del
reino’, en este caso, las personas más importantes, más influyentes, gente que
tenía oficios y personajes del gobierno”, señala García-Huidobro.
Y en el plano legal, hay un detalle más definitivo. “En las actas
del cabildo se dice expresamente que Toro Zambrano no había citado a Cabildo
abierto e incluso el acta de constitución de la Junta Gubernativa del Reino,
ese era su nombre, no indica que se haya acordado su formación en ese tipo de
reuniones —añade Guerrero Lira—. En otras palabras, el acta no dice que se haya
tratado de ese tipo de reunión como lo dicen todas las actas de Cabildo
abierto”.
¡Junta queremos!, ¡junta
queremos!
Tras la lluvia, el sol apareció majestuoso en los albores de la
primavera. Pese a ser una iniciativa del Cabildo de Santiago, los 350 invitados
que finalmente llegaron a reunirse ese 18 de septiembre no lo hicieron en el
edificio que ocupaba la institución (la actual Municipalidad de Santiago),
porque no tenía el espacio suficiente para albergar tanta gente. En la
invitación, se pudo leer que el sitio elegido fue el salón del Tribunal del
Consulado. Esta era una suerte de tribunal comercial, encargado de regular la
actividad económica.
El edificio se ubicaba en la intersección de las actuales calles
Compañía y Bandera. Años más tarde, en 1823, fue el lugar donde Bernardo O’Higgins
abdicó al mando de la nación. Hoy, la construcción no existe, dado que fue
demolido en 1925 para levantar la actual sede de los Tribunales de Justicia.
Ahí, tras escuchar las escuetas palabras de Mateo de Toro y
Zambrano, José Gregorio Argomedo comenzó a hablar. Explicó que lo que acababa
de ocurrir, era la renuncia del gobernador de Chile, y que depositaba el mando
en el pueblo, a fin de que este adoptase las medidas indicadas “de quedar
seguros, defendidos y eternamente fieles vasallos del más adorable monarca,
Fernando”.
Las últimas palabras no nos deben sorprender. Este cabildo, si
bien quería autogobierno, nunca pensó en romper relaciones con la corona. “El
proyecto político de los moderados era de mantener el poder dentro de su grupo,
pero, tratando de conseguir modificaciones a la relación jurídica y económica
que tenían con España”, explica García-Huidobro.
“Esa primera generación perseguía reformas dentro del marco de la
Monarquía, con la cual no se deseaba romper en primer momento. Eran bastante
moderados en términos políticos, a diferencia de otras zonas como en Venezuela,
mucho más radical”, añade Gabriel Cid. Por ello asegura que a estas alturas se
debe “descartar la simplificación de volver sinónimos los conceptos de
patriotas, independentistas y republicanos”.
Tras Argomedo, tomó la palabra José Miguel Infante (“El ideólogo
más relevante de ese momento”, según Gabriel Cid). El abogado comenzó a
explayarse sobre lo necesario de crear una junta de gobierno, y así evitar un
gobierno unipersonal, y puso como ejemplo los desaciertos de García Carrasco.
Los vecinos lo escuchaban atentos. Viendo que tenía toda la
atención, Infante jugó una carta bajo la manga. Resulta que se había recibido
poco tiempo antes, de parte del Consejo de Regencia, una proclama donde se
indicaba que la Junta de Cádiz serviría de modelo para quienes quisieran
constituir un gobierno igual.
“¿No es este un verdadero permiso?”, preguntó Infante a la
audiencia. Y recalcó que esto se hacía en nombre del cautivo rey Fernando y
pidió la solidaridad de los presentes.
En ese minuto, uno de los criollos se puso de pie. Era Manuel
Manso, administrador de aduanas. Comenzó a hablar contra la idea de la junta,
pero los criollos se miraron, y tal como habían acordado la noche antes, comenzaron
a hacer callar a Manso con una sonora silbatina, tan fuerte que, rendido,
abandonó la sala. Otro personaje se puso de pie, ahora uno de los pocos
españoles, Santos Izquierdo, pero también fue tapado a rechiflas.
Ahí la audiencia comenzó a gritar: ¡JUNTA QUEREMOS!, ¡JUNTA
QUEREMOS!
Infante, como procurador de Santiago, puso orden, y así se
comenzaron a votar los nombres de quienes conformarían la junta. Nombres que
todo escolar nacional debe recordar de memoria, y que básicamente fueron los
mismos que se arreglaron la noche anterior. Nominados todos, uno de los
presentes pidió agregar dos vocales más. Todos estuvieron de acuerdo y ahí se
escogieron a Francisco Javier Reyna y Juan Enrique Rosales.
“No fue una sesión muy tranquila, hubo bastante pelea —afirma
García Huidoboro—. Lo que pasa es que uno tiende a escuchar la historia de
niño, de que era un hermoso de primavera, que todos estaban de acuerdo y
gritaron ‘junta queremos’. Hubo opiniones divergentes”.
Cinco horas duró en total la reunión, a las 15.00 horas se levantó
la sesión.
Al día siguiente, se logró lo increíble, que la Real Audiencia,
reacia, reconociera la legitimidad de la junta. Desde el mismo minuto,
comenzaron a circular las proclamas de instauración de la junta. Se instalaron
unas tablas en la Plaza de Armas donde la junta observó el desfile de efectivos
militares y recibieron los vítores del pueblo. Hubo fiestas populares hasta el día 20. Chile había celebrado su primer “18”.
Tomado
de diario LATERCERA, Chile.
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