domingo, 20 de septiembre de 2020

“¡JUNTA QUEREMOS, JUNTA QUEREMOS!”: LA HISTORIA OCULTA DEL TENSO 18 DE SEPTIEMBRE DE 1810

 

“¡JUNTA QUEREMOS, JUNTA QUEREMOS!”: LA HISTORIA OCULTA DEL TENSO 18 DE SEPTIEMBRE DE 1810

Chile, 18 de septiembre 2020

                                                                              

                                                                  Por Felipe Retamal y Pablo Retamal N.

 

II

“Impulsada por un grupo de criollos, que buscó resguardar el poder al rey de España dentro de su núcleo social, la formación de la primera junta de gobierno hace exactos 210 años dejó detalles sabrosos en el camino. Tres expertos desmitifican a Culto que la reunión fuese un cabildo abierto, y revelan quiénes eran y qué pensaban sus organizadores. Que por cierto, no usaban peluca.”

 

REBELDES SIN PELUCA

Por entonces, se formaban los conjuntos que originarán los primeros bandos políticos chilenos. Cristóbal García-Huidobro explica el panorama: “Fundamentalmente, los grupos que existían eran tres: los patriotas, por un lado, que eran una minoría muy pequeña; los monarquistas, o realistas, que también eran un número relativamente pequeño; después, está un grupo bastante grande, que se conocen como los moderados”.

 

Pero en la primavera de 1810 la discusión se concentró entre monarquistas y moderados. García Huidobro asegura que por entonces aún no entraban en escena los patriotas asociados a las figuras como O’Higgins, Rodríguez o Carrera . “Los patriotas estaban en su casa, porque recién tuvieron cierto grado de relevancia política con el Congreso de 1811”.

 

¿Quiénes eran los moderados? “Eran un grupo homogéneo, algunos tenían títulos nobiliarios y eran gente de fortuna, lo que no obsta que hayan habido grupos populares, aunque eso lo vamos a ver en la primera etapa del proceso emancipatorio, entre 1811-1814 —explica García Huidobro—. No querían un quiebre profundo. Aunque tampoco sabían muy bien qué reformas eran las que querían, no había consenso en eso”.

“Sus ideales iniciales eran una reforma que garantizara libertad de comercio, reformas económicas y educativas, además de mayor autonomía local —añade Gabriel Cid—. Fue una generación que, sin proponérselo inicialmente, salvo que se apele a la añeja tesis de los ‘precursores’, terminó liderando un proceso político revolucionario”.

 

Entre esos primeros hombres públicos había un interés por las ideas que resonaban en los salones europeos. “Algunos habían viajado a Europa, habían conseguido libros de pensadores de la Ilustración y entendían, en parte, esas ideas”, detalla García Huidobro. Por su lado, Cid, agrega que compartían una idealización de la cultura clásica y otras referencias como “un aprecio por los ideales de la Ilustración hispánica que, como sabemos, era católica como monárquica”.

 

Por ello, la moda de entonces contribuyó a transmitir un nuevo ideario. “El ideal masculino avejentado y de salón del siglo XVIII desapareció para dar paso a un prototipo joven, apuesto dinámico”, detalla la historiadora Isabel Cruz en un capítulo del tomo 1 de la Historia de la vida privada en Chile (Taurus, 2005). De allí a que, por ejemplo, para 1810, ya casi no se usaba la peluca empolvada propia del siglo anterior; se impuso el flequillo hacia adelante y las patillas crecidas, tal como se ve en los retratos de Gil de Castro.

 

Un caso similar ocurrió con el vestuario femenino, inspirado en el estilo neoclásico. Según Isabel Cruz, desde 1801, las chilenas comenzaron a usar los camisones y vestidos ceñidos, que se diferenciaban del traje más extravagante y complejo del rococó. A estos se agregó el uso del chal y las chinelas que revelaban los pies. Tras varios siglos, el cuerpo dejó de estar oculto completamente; “emergió como verdad natural”, asegura Cruz.

 

Por ello, agrega que esta nueva lógica de la indumentaria, que usaron los hombres y mujeres de la elite, fue “el tipo de vestuario adecuado para mostrar y aún anticipar los grandes cambios y los nuevos anhelos que se incubaban”.

 

Los días fueron pasando, la tensión fue en aumento, y el anciano conde de la Conquista no se decidía a nada. “La verdad es que Toro Zambrano dudaba si seguir la línea propuesta por el Cabildo de Santiago, es decir, formar una Junta de Gobierno fiel al rey Fernando VII o no innovar en la materia, es decir, no hacer nada, que era lo que le proponía la Real Audiencia”, asegura Guerrero Lira.

Al final, esa irresolución permitió que el 13 de septiembre, los criollos simplemente tomaran los hechos por sus manos y convocaran a un cabildo abierto para que este decidiera qué hacer. Fecha y hora: martes 18 de septiembre, 9 de la mañana.

 

Mateo de Toro y Zambrano terminó por plegarse, pese a que tenía sus dudas. “No le gustaba la idea pues temía al ‘tumulto’ que en ella pudiese producirse, así lo dicen los documentos”, señala Guerrero Lira.

 

A la hora de las invitaciones se optó por convocar a una gran cantidad de gente. “La Audiencia, al Cabildo, a las autoridades en general, a los superiores de las órdenes religiosas y a los vecinos nobles”, acota Guerrero Lira.

 

Gabriel Cid señala que Mateo de Toro y Zambrano terminó accediendo por ser considerado una figura de consenso. “Poseía una serie de virtudes en ese momento: una trayectoria burocrática impecable como funcionario de la corona, un estatus social reconocido por la elite local y una avanzada edad, que lo volvían en cierto sentido inmunes frente a las sospechas de ambición de poder o de dar un giro radical al proceso”.

 

“Era una figura que simbolizaba la posibilidad de avanzar hacia el juntismo defendido por la elite criolla, pero sin despertar recelos secesionistas hacia la monarquía. De ahí el carácter marcadamente fidelista de los sucesos de septiembre de 1810”, agrega Cid.

 

Para Cristóbal García-Huidobro, hay otro factor que terminó pesando en que Mateo de Toro y Zambrano se plegara a la idea de la junta. “Él también era moderado. Al final del día, él era un miembro de la elite del cabildo. Era un criollo ennoblecido, pero si bien no tenía estas ideas avanzadas ni de progreso, terminó inclinándose por las presiones de su propio grupo social, y su propio grupo político”.

 

Cristián Guerrero Lira aporta un dato curioso, las invitaciones al cabildo abierto estaban impresas, “lo que desmiente que la primera imprenta haya llegado a Chile en 1812. De hecho ya se habían editado libros en Santiago, pequeños, rústicos, pero había imprenta”. Quien se encargó fue el tipógrafo José Camilo Gallardo, quien tres años después se ocupó de imprimir los ejemplares de El Monitor Araucano, el segundo diario editado en el país.

En total, fueron repartidas 437 invitaciones. De estas, solo 14 fueron para españoles. Estaba clarísima la intención del cabildo. Solo en la tarde del día 17 terminaron de ser entregadas.

 

Para no llegar desprevenidos, la noche anterior, mientras una fuerte lluvia caía sobre Santiago, un grupo de criollos se reunió en la casa de Domingo de Toro, uno de los hijos del gobernador. Ahí se amañó todo. Se acordó que se establecería una junta de gobierno, que la presidiría el mismo conde de la Conquista; vicepresidente, sería el obispo Jose Antonio Martínez de Aldunate, y los vocales serían Fernando Márquez de la Plata, Juan Martinez de Rozas e Ignacio de la Carrera y Cuevas (padre de los hermanos Javiera, Juan José, José Miguel y Luis). Además, se acordó la forma en que los debates se abreviaran, y que se impidiera a toda costa a que los oponentes se extendieran demasiado.

 

¿Fue un cabildo abierto?

Una idea a menudo repetida en los manuales de historia escolar, es que la reunión del 18 de septiembre fue un cabildo abierto. Pero, como suele suceder, en este punto se cruzan algunos aspectos del mito y la realidad.

 

“En sus orígenes, durante la conquista, los cabildos poseían la función de ser un cuerpo colegiado que representaría al ‘pueblo’, en tanto agrupación de hombres libres”, explica Gabriel Cid. "Sin embargo, con el afianzamiento del régimen colonial el poder se institucionalizó y burocratizó, incidiendo en su declive, eliminándose como práctica política —agrega—. La misma institucionalidad del cabildo se ‘aristocratizó’, como afirma Julio Alemparte.

 

Habitualmente, el cabildo funcionaba en la modalidad cerrada, es decir en sesiones privadas de sus funcionarios junto al alcalde de la ciudad. “Se reunía el concejo de regidores del municipio”, explica García Huidobro. Por otro lado, el cabildo abierto, operaba en otra lógica. “Eran excepcionales, fundamentalmente cuando se necesitaba invitar a más gente del vecindario para tomar decisiones sobre materias que eran particularmente complejas”, agrega el historiador. Por ello fueron pocas, muy pocas, las veces en que se convocó.

“Entre 1541 y 1799 sólo se realizaron, según consta en las actas del cabildo, 60 reuniones de este tipo: 2 en el siglo XVI, 57 en el XVII y sólo 1 en el XVIII. Para los primeros años del siglo XIX no se registra ninguna”, asegura Cristián Guerrero Lira.

 

El historiador también ahonda en otro mito que la bruma del tiempo tejió alrededor de dichos encuentros. “Tampoco eran reuniones masivas como se piensa comúnmente. El promedio de asistentes externos al Cabildo, es decir, vecinos, es de 15 o 16, habiendo llegado 81 a la más concurrida (en 1541) y 3 a la con menos asistencia (en 1696). Incluso hubo algunas cuyo inicio se demoró por horas esperando a que se apersonaran los vecinos a pesar de haber sido citados y llamados a viva voz el mismo día por el pregonero que recorría las calles”.

 

Por ello, la opinión de los expertos es que la reunión del 18 de septiembre de 1810, no se trató exactamente de un cabildo abierto. “Es abierto entre comillas porque se extienden invitaciones a los llamados ‘mayorales del reino’, en este caso, las personas más importantes, más influyentes, gente que tenía oficios y personajes del gobierno”, señala García-Huidobro.

 

Y en el plano legal, hay un detalle más definitivo. “En las actas del cabildo se dice expresamente que Toro Zambrano no había citado a Cabildo abierto e incluso el acta de constitución de la Junta Gubernativa del Reino, ese era su nombre, no indica que se haya acordado su formación en ese tipo de reuniones —añade Guerrero Lira—. En otras palabras, el acta no dice que se haya tratado de ese tipo de reunión como lo dicen todas las actas de Cabildo abierto”.

 

¡Junta queremos!, ¡junta queremos!

Tras la lluvia, el sol apareció majestuoso en los albores de la primavera. Pese a ser una iniciativa del Cabildo de Santiago, los 350 invitados que finalmente llegaron a reunirse ese 18 de septiembre no lo hicieron en el edificio que ocupaba la institución (la actual Municipalidad de Santiago), porque no tenía el espacio suficiente para albergar tanta gente. En la invitación, se pudo leer que el sitio elegido fue el salón del Tribunal del Consulado. Esta era una suerte de tribunal comercial, encargado de regular la actividad económica.

 

El edificio se ubicaba en la intersección de las actuales calles Compañía y Bandera. Años más tarde, en 1823, fue el lugar donde Bernardo O’Higgins abdicó al mando de la nación. Hoy, la construcción no existe, dado que fue demolido en 1925 para levantar la actual sede de los Tribunales de Justicia.

Ahí, tras escuchar las escuetas palabras de Mateo de Toro y Zambrano, José Gregorio Argomedo comenzó a hablar. Explicó que lo que acababa de ocurrir, era la renuncia del gobernador de Chile, y que depositaba el mando en el pueblo, a fin de que este adoptase las medidas indicadas “de quedar seguros, defendidos y eternamente fieles vasallos del más adorable monarca, Fernando”.

 

Las últimas palabras no nos deben sorprender. Este cabildo, si bien quería autogobierno, nunca pensó en romper relaciones con la corona. “El proyecto político de los moderados era de mantener el poder dentro de su grupo, pero, tratando de conseguir modificaciones a la relación jurídica y económica que tenían con España”, explica García-Huidobro.

 

“Esa primera generación perseguía reformas dentro del marco de la Monarquía, con la cual no se deseaba romper en primer momento. Eran bastante moderados en términos políticos, a diferencia de otras zonas como en Venezuela, mucho más radical”, añade Gabriel Cid. Por ello asegura que a estas alturas se debe “descartar la simplificación de volver sinónimos los conceptos de patriotas, independentistas y republicanos”.

 

Tras Argomedo, tomó la palabra José Miguel Infante (“El ideólogo más relevante de ese momento”, según Gabriel Cid). El abogado comenzó a explayarse sobre lo necesario de crear una junta de gobierno, y así evitar un gobierno unipersonal, y puso como ejemplo los desaciertos de García Carrasco.

 

Los vecinos lo escuchaban atentos. Viendo que tenía toda la atención, Infante jugó una carta bajo la manga. Resulta que se había recibido poco tiempo antes, de parte del Consejo de Regencia, una proclama donde se indicaba que la Junta de Cádiz serviría de modelo para quienes quisieran constituir un gobierno igual.

 

“¿No es este un verdadero permiso?”, preguntó Infante a la audiencia. Y recalcó que esto se hacía en nombre del cautivo rey Fernando y pidió la solidaridad de los presentes.

 

En ese minuto, uno de los criollos se puso de pie. Era Manuel Manso, administrador de aduanas. Comenzó a hablar contra la idea de la junta, pero los criollos se miraron, y tal como habían acordado la noche antes, comenzaron a hacer callar a Manso con una sonora silbatina, tan fuerte que, rendido, abandonó la sala. Otro personaje se puso de pie, ahora uno de los pocos españoles, Santos Izquierdo, pero también fue tapado a rechiflas.

 

Ahí la audiencia comenzó a gritar: ¡JUNTA QUEREMOS!, ¡JUNTA QUEREMOS!

Infante, como procurador de Santiago, puso orden, y así se comenzaron a votar los nombres de quienes conformarían la junta. Nombres que todo escolar nacional debe recordar de memoria, y que básicamente fueron los mismos que se arreglaron la noche anterior. Nominados todos, uno de los presentes pidió agregar dos vocales más. Todos estuvieron de acuerdo y ahí se escogieron a Francisco Javier Reyna y Juan Enrique Rosales.

 

“No fue una sesión muy tranquila, hubo bastante pelea —afirma García Huidoboro—. Lo que pasa es que uno tiende a escuchar la historia de niño, de que era un hermoso de primavera, que todos estaban de acuerdo y gritaron ‘junta queremos’. Hubo opiniones divergentes”.

Cinco horas duró en total la reunión, a las 15.00 horas se levantó la sesión.

 

Al día siguiente, se logró lo increíble, que la Real Audiencia, reacia, reconociera la legitimidad de la junta. Desde el mismo minuto, comenzaron a circular las proclamas de instauración de la junta. Se instalaron unas tablas en la Plaza de Armas donde la junta observó el desfile de efectivos militares y recibieron los vítores del pueblo. Hubo fiestas populares hasta el día 20. Chile había celebrado su primer “18”.

                                                                                        Tomado de diario LATERCERA, Chile.

 


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