JIM SIMONS EL GENIAL
MATEMÁTICO QUE DOMESTICÓ WALL STREET
Por Ixone Díaz Landaluce
“Es el mejor inversor de la historia. Un
criptoanalista brillante que un día decidió dar con la fórmula para predecir el
comportamiento de la bolsa… Y lo logró. Durante décadas tuvo más y mejor
información que nadie. Un libro indaga sobre la personalidad y el talento de
Simons, uno de los hombres más ricos del planeta. Y uno de los más enigmáticos.”
“Quizá estaba
aburrido o tal vez necesitaba un nuevo reto. En 1978, Jim Simons era un tipo
bien situado: director del departamento de matemáticas en una prestigiosa
universidad, padre de tres hijos, casado en segundas nupcias apenas un año
antes… Pero siempre había sido un culo de mal asiento. Le sobraba, eso sí,
confianza en sí mismo. También quería ser rico. Y decidió abrir una pequeña oficina
en Long Island para empezar a invertir en Bolsa. Era un local anodino, junto a
una pizzería y una boutique de ropa. Solo tenía un ordenador y
una línea de teléfono. Pero el nombre de la pequeña empresa tenía gancho:
Monemetrics.
Así comienza la leyenda del
multimillonario Jim Simons, de 81 años, considerado el mejor
inversor de la historia y protagonista de The
man who solved the market,
del periodista del Wall Street Journal Greg Zuckerman, publicado
recientemente. Hijo único de una familia judía americana, a Jim Simons los
números le fascinaron desde que era un niño. Su padre trabajaba como ejecutivo
de una fábrica de zapatos en Boston y pudo facilitar que su hijo acabara
estudiando Matemáticas en el MIT.
En apenas tres
años, Simons se doctoró en Berkeley y, con 26, fichó por la Agencia de
Seguridad Nacional. Su trabajo consistía en desencriptar las comunicaciones
rusas en plena Guerra Fría. Pero poco después regresó a la vida académica y,
tras dar clases en Harvard y en el MIT, se convirtió en el director del
departamento de matemáticas de la Universidad Stony Brook. En 1974, con solo 36
años, firmó la famosa teoría de Chern-Simons, un sofisticado modelo cuántico que más tarde se incorporó a la
teoría de cuerdas y que le valió el premio más prestigioso en el campo de la
geometría. Al principio, Simons compaginó su trabajo en la universidad con su
nueva faceta de inversor bursátil, pero pronto se dio cuenta de que tenía que
elegir. Y eligió bien.
Por aquel entonces, todavía
se creía que los altibajos del mercado eran fundamentalmente aleatorios y por
eso los brókeres se limitaban a leer la prensa económica y a buscar información
de las compañías mientras trataban de hablar con algún insider y
confiaban especialmente en su propia intuición.
Al principio, Simons, que
sobre todo invertía en el mercado de divisas, aplicó el mismo método arcaico y
visceral. Pero la aleatoriedad de los movimientos bursátiles lo frustraba y
empezó a obsesionarse por encontrar un patrón, una estructura profunda, una
forma de predecir el siguiente movimiento. Al fin y al cabo seguía siendo un
matemático brillante y buscaba la certeza (y la belleza) de las ciencias
exactas.
Cuestión de perseverancia
Convenció a Leonard Baum
-especialista en realizar predicciones en escenarios caóticos- para que se
convirtiera en su primer socio e intentaron implantar un modelo cuantitativo
basado en sus modelos matemáticos. En 1982 fundaron Renaissance Technologies.
Pero no daban con la fórmula y un par de malas rachas consecutivas hicieron que
Baum saliera por la puerta de atrás y que Simons pensara en dejarlo. Pero antes
quiso intentarlo una vez más.
“No quiero preocuparme
del mercado cada minuto. Quiero que estos modelos hagan dinero mientras yo
estoy durmiendo”. Contrató a un pequeño ejército de físicos, programadores,
criptógrafos…
Contrató a un pequeño
ejército de físicos, matemáticos, programadores, criptógrafos y
lingüistas computacionales. Entre ellos estaba James Ax, otro matemático
brillante al que Simons conocía de Stony Brook. Ninguno de ellos tenía
experiencia en Wall Street. Algunos incluso coqueteaban con el ideario
anticapitalista. El objetivo era desarrollar sofisticadas fórmulas matemáticas
(los ahora omnipotentes y omnipresentes algoritmos) capaces de predecir las
fluctuaciones del mercado y construir modelos de inversión que funcionaran
solos. «No quiero tener que preocuparme del mercado cada minuto. Quiero que
estos modelos hagan dinero mientras yo estoy durmiendo», solía decir.
El ‘big data’ antes de que Zuckerberg naciera
Pero para eso primero
necesitaban datos. Grandes cantidades de datos. Simons los buscó en los
registros históricos del Banco Mundial o de la Reserva Federal, y remontándose
hasta el año 1700. Así empezaron a aplicar el análisis cuantitativo con el que
siempre había soñado. «El ordenador tiene sus opiniones y nosotros las seguimos
servilmente», contó en una ocasión. Según Zuckerman -el autor del libro sobre
Simons-, el secreto del matemático y sus socios fue aislar una única variable
en todas sus operaciones: la emoción. Es decir, el factor humano. «Durante
mucho tiempo, décadas enteras, tuvieron mejores datos y más limpios que nadie.
Y esa era una gran ventaja. Prestaban atención a la importancia del big
data mucho antes de que Mark Zuckerberg terminara la escuela
primaria».
Con el tiempo, y
después de refinar al máximo sus algoritmos,
Renaissance consiguió demostrar la hipótesis de su fundador: la estructura
oculta estaba ahí. Y era una auténtica máquina de hacer dinero. Su método
estaba a punto de revolucionar las finanzas modernas. En la actualidad, los
inversores cuantitativos son mayoría y controlan más del 30 por ciento de las
operaciones bursátiles en todo el mundo, aunque nadie es capaz de hacerlo con
la capacidad y la destreza de Renaissance. Según el diario New
York Post, el fondo bursátil maneja 130.000 millones de dólares en
su impresionante cartera de inversiones. En 1988, Simons creó Medallion, un
fondo aún más exclusivo y lucrativo que el primero. Basándose en el trabajo de
Baum y gracias a las contribuciones de Ax y del profesor emérito de Berkeley
Jim Berlekamp, dieron con la fórmula mágica. Una fórmula, eso sí, tan secreta o
más que la de la Coca-Cola. Y no es para menos. Desde 1998, los resultados de
Medallion son incontestables: con ganancias del 66 por ciento anual (y del 39
por ciento después de gastos), es el fondo de inversión con los mejores
registros de la historia. Sin embargo, Medallion no acepta clientes. En él solo
pueden invertir empleados o exempleados de Renaissance.
Su método revolucionó
las finanzas. Hoy, los inversores cuantitativos controlan más del 30 por ciento
de las operaciones bursátiles, pero la fórmula de Simons es más secreta que la
de la Coca-Cola
Pero nadie gana tanto dinero
sin pisar un par de charcos o de protagonizar algún escándalo. Y Simons no es
una excepción. Desde 2015, la Hacienda norteamericana está enredada en un
contencioso con Renaissance por una maniobra contable que les habría ahorrado
6800 millones de dólares en impuestos a lo largo de una década. Y medios como The
Guardian han acusado a Simons de gestionar un trust valorado
en 8000 millones de dólares en Bermuda, un conocido paraíso fiscal. Su vida
privada también ha estado teñida de momentos trágicos. En 1996, su hijo Paul
falleció en un accidente de tráfico cuando montaba en bici. Tenía 34 años. En
2003, su hijo pequeño, Nicholas, murió ahogado mientras nadaba en Indonesia.
Cada uno de ellos tiene una fundación benéfica a su nombre.
Simons se retiró
en 2010 a los 72 años y con un patrimonio estimado en más de 20.000 millones de
dólares. Aunque conserva la presidencia no ejecutiva del fondo de inversión que
creó, está volcado en su faceta filantrópica. Hace una década que él y su
mujer, la doctora en Economía Marilyn Hawrys Simons, se sumaron al Giving
Pledge, la iniciativa filantrópica liderada por Warren
Buffett y Bill Gates, por la que los
multimillonarios norteamericanos se comprometen a donar la mayor parte de su
fortuna. A través de la Simons Foundation, la pareja financia proyectos de
investigación relacionados con el autismo (trastorno que padecía su hijo,
Paul); organizaciones como Math for America, que apoya la contratación de
profesores de matemáticas en las escuelas públicas; o el Flatiron Institute, un
centro de investigación dedicado a disciplinas como la física cuántica o la
astrofísica. Por eso, Simons tiene un asteroide a su nombre (el 6618
Jimsimons), cortesía de la Unión Astronómica Internacional. Y mientras él se
dedica a esos menesteres (pero también a disfrutar de Arquímedes, un
impresionante yate valorado en 100 millones de dólares), su fórmula sigue
ganando dinero. Tal y como él quería. Incluso durante la pandemia, cuando la
incertidumbre arrasaba con todo en las Bolsas de medio mundo, Medallion
registraba ganancias espectaculares. Esa también es la belleza de las
matemáticas.”
Tomado de XLSEMANAL, España
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