GARRI KASPÁROV: "LA
TECNOLOGÍA NO VA A SALVARNOS DE NOSOTROS MISMOS"
Madrid, 24 de noviembre 2020
Por C.M. Sánchez
“El legendario jugador ruso de ajedrez, que ahora vive en Nueva York, es
una de las mentes más brillantes de nuestro tiempo. Convertido en un respetado
activista por los derechos humanos, defiende que la tecnología no solo es útil
para reactivar la economía: también para combatir la injusticia. Él mismo nos
lo cuenta.”
“Garri Kaspárov (Bakú, Unión Soviética;
57 años) dominó el ajedrez durante dos décadas, desde que se proclamó campeón
del mundo en 1985 hasta que anunció su retirada en 2005, tras vencer por novena
vez en el torneo de Linares. A diferencia de otros ajedrecistas, Kaspárov se
reinventó más allá del tablero.
Político, activista y escritor, fue
encarcelado por Vladímir Putin y rechazaba la comida en la cárcel por temor a ser envenenado, como ha sucedido con otros opositores del presidente ruso.
Kaspárov vive exiliado en Nueva York,
donde preside sendas instituciones: Human Rights Foundation, para la defensa de
los derechos humanos, y Renew Democracy Initiative, que promueve el uso de la
tecnología para renovar la democracia. Siempre se recordará su duelo con Deep
Blue en 1997, la supercomputadora de IBM. Fue la primera vez que una máquina
vencía a un gran maestro. Hoy, cualquier programa instalado en un móvil es
invencible para un ser humano. Kaspárov es también asesor de la serie de
Netflix Gambito de Dama sobre una ajedrecista.
XLSemanal. Usted defiende que la
tecnología debería servir para perfeccionar la democracia. ¿Quizá fue una
lección que sacó de su enfrentamiento con Deep Blue, que la relación entre
hombre y máquina no debería ser una guerra, sino una alianza?
Garri Kaspárov. Absolutamente. Es mi tesis desde 1998, un año después de mi derrota
contra Deep Blue. Fue entonces cuando inventé el ajedrez avanzado, en el que
los grandes maestros jugaban con la asistencia de ordenadores. Era el ser
humano más la máquina, no el ser humano contra la máquina.
XL. Por inteligentes que sean, a las
máquinas las crean las personas…
G.K. El humano más la
máquina es el presente. Nuestro éxito no vendrá determinado por cómo de rápidas
sean nuestras máquinas, sino por lo bien que sepamos trabajar con ellas.
Combinar la perspicacia y la guía humanas con el cálculo de las máquinas y el
análisis de los datos es una experiencia transformadora. Pero la tecnología no
es una ‘varita máquina’. Nuestros problemas son humanos, no podemos culpar a la
tecnología o esperar a que nos salve de nosotros mismos. La tecnología es
agnóstica, ni buena ni mala. Necesitamos usarla para el bien común donde sea
posible y así equilibrar el impacto tremendo que está teniendo en manos
privadas.
XL. Para conseguirlo, quizá sea
necesario arrebatar herramientas tecnológicas muy potentes de las manos de los
que han hecho de ellas un negocio basado en la vigilancia, en nuestros datos y
en la adicción de los usuarios. ¿Estamos a tiempo?
G.K. Me temo que no
podemos volver a meter al genio de la inteligencia artificial dentro de la
lámpara. No lo vamos a desarmar, así que tendremos que aprender a vivir con él,
igual que hicimos con la energía nuclear. Las armas son fáciles de fabricar
cuando la tecnología es nueva, es como un nuevo virus para el que no tenemos
inmunidad. A nuestro sistema inmunológico social y tecnológico le lleva un
tiempo fortalecerse. Al final establecemos normas, reglamentos… Pero no sucede
espontáneamente; tenemos que basarnos en principios y derechos, que no cambian
con la tecnología, aunque cambien las leyes. Por ejemplo, las leyes que
protegen el derecho a la privacidad siguen evolucionando al tiempo que lo hacen las tecnologías de la
comunicación y de almacenamiento de datos, pero esas leyes están basadas en
unos principios que valoramos.
“Muchos de los que
están arriba no querrán ver transformaciones que les pueden costar estatus y
poder”
XL. Usted sostiene que hay una mayoría
silenciosa de moderados cuyas voces no se escuchan en este mundo de ruido y
furia. Y apuesta por la tecnología para rescatar el centro político y el
sentido común. Pero ha sido precisamente la tecnología la que ha arrinconado esas
voces, por lo menos en las redes sociales. ¿Cómo podemos obligar a las grandes
tecnológicas a ser más proactivas en la persecución del odio y las mentiras?
G.K. No me gusta esa
clase de lenguaje, hablar de forzar a las compañías privadas a hacer esto o lo
otro por el bien de la sociedad. Quizá sea por mis antecedentes. Me crie en la
totalitaria Unión Soviética y en la actualidad soy un exiliado de la dictadura
de Putin en Rusia. Cuando un gobierno empieza a obligar a las empresas a
alinearse con lo que dice que es la verdad, te la juegas a que el Gobierno sea
de fiar… y que continuará siéndolo. Esto no quiere decir que el Ejecutivo no
deba tener un cierto papel en el monitoreo de los medios, como hay ahora, pero
prefiero que mantenga las manos alejadas. En ajedrez decimos que «la amenaza de
una jugada es más fuerte que su ejecución». La amenaza de llevar a los
ejecutivos de las grandes tecnológicas a que comparezcan ante el Congreso, de
aplicar definiciones más estrictas del discurso del odio en sus plataformas, en
fin, ese tipo de cosas, producen resultados.
“El voto digital
es el futuro. Pero necesitamos liderazgo para que haya avances reales y
ambiciosos”
XL. Recientemente ha hecho dos
propuestas para que la tecnología ayude a salvaguardar la democracia, y ambas
se refieren a las consultas digitales, bien como referéndums consultivos o
incluso como elecciones con todas las consecuencias.
G.K. El voto digital es
el futuro, pero es un futuro distante en la mayoría de los países. Primero hay
que implementar toda una infraestructura de identificación verificable y
superar otros obstáculos. Pero hay muchas cosas, mientras tanto, que se pueden
ir poniendo en práctica. La mayoría de ellas existen, pero las llevan a cabo
compañías privadas en beneficio propio. Las corporaciones que son dueñas de las
redes sociales se aprovechan de toda la rabia y la división que son tan buenas
amplificando. Crear una plaza pública digital y lugares donde la gente puede
expresar sus opiniones, a nivel local y nacional, aliviaría algo esa presión.
XL. En España, los ciudadanos ya
disponen de herramientas, como el DNI electrónico o la firma digital, que les
permiten realizar la mayor parte de las gestiones con los organismos
gubernamentales. No parece descabellado pensar que si hemos migrado al trabajo
remoto, la telemedicina y la educación a distancia en cuestión de semanas,
forzados por la pandemia, se podría experimentar con estas herramientas en la
arena política, quizá al principio solo con carácter consultivo o a nivel
municipal. ¿Está de acuerdo?
G.K. Totalmente. La
pandemia está acelerando tendencias que ya estaban en marcha en la educación y
los negocios. Lo mismo está pasando en la política. Necesitamos avances reales
y ambiciosos. Solo hay que fijarse en cuánto se han vuelto a equivocar las
encuestas en Estados Unidos, a pesar de que fallaron en 2016 y de que se han
invertido recursos sin precedentes. Esto no es solo un fallo en los
pronósticos; significa que el Gobierno no sabe lo que la gente quiere, lo que
necesita. Y eso es un desastre para cualquier democracia. La gente está
acostumbrada a dar sus opiniones en tiempo real en las redes sociales, esperar
años para votar te da la sensación de que el tiempo se eterniza. Esto lleva a
que más gente salga a las calles y más gente esté dispuesta a escuchar a
demagogos que hacen grandes promesas. Dicen que el Gobierno no los entiende… y
están en lo cierto.
XL. Quizá sea también una manera de que
los más jóvenes, nativos digitales, se identifiquen con la democracia y la
defiendan. ¿Pero no cree que el establishment político tratará
de que las cosas se queden como están?
G.K. El statu
quo siempre tiene defensores. Muchos de los que están arriba no
querrán ver transformaciones que les puedan costar estatus y poder. Si vas
ganando la partida, ¿por qué cambiar las reglas? Aquí es donde hace falta el
verdadero liderazgo, pero estos líderes son bastante escasos. Nadie quiere
asumir la responsabilidad de cosas que no funcionen perfectamente, así que lo
más fácil es no hacer nada y centrarse en el corto plazo, que es lo que les
importa.
XL. Pero, para dar un salto así, la
gente debería tener garantías de que no se puede hacer trampas. Y vivimos en
una época de gran desconfianza…
G.K. No va a ser
fácil. Cuando la desconfianza en el sistema y la polarización política es tan
alta, trabajar para mejorar la situación puede resultar imposible. Pero si hay
suficiente transparencia, y si todos los partidos se dan cuenta de que están
perdiendo el control, que los extremistas se están haciendo con el poder, quizá
no tengan más remedio que trabajar juntos para garantizar su mutua
supervivencia.
“Me temo que no podemos
volver a meter al genio de la inteligencia artificial en la lámpara.
Aprenderemos a vivir con él, como hicimos con la energía nuclear”
XL. Usted cita al filósofo español
Ortega y Gasset, que en 1929 escribió La rebelión de las masas. Lo
que siguió a aquella crisis fueron regímenes totalitarios y una guerra.
Nosotros hemos sufrido la crisis de 2008 y lo que ha seguido ha sido la
irrupción de movimientos y líderes populistas en Europa y en Estados Unidos.
¿La deriva autoritaria va a ir a más?
G.K. Ya está
sucediendo, solo tiene que mirar a Hungría, a Turquía. La demagogia populista
siempre se enciende en una crisis, ya sea económica o una pandemia. Si el
sistema inmunológico democrático no es lo bastante fuerte para resistirlo, si
las instituciones no tienen fuerza para defenderse, puede extenderse
rápidamente y asentarse profundamente. Y no podemos hablar de democracia
sin demos, el pueblo, que tiene una responsabilidad. Si la gente no
defiende su derecho a tener una voz, terminará sin ella.
“El humano más la
máquina es el presente. Nuestro éxito vendrá por lo bien que sepamos trabajar
con ellas”
XL. ¿Y entonces qué?
G.K. Soy optimista
porque ahora estamos más informados que en el siglo XX, que produjo los
horrores de la Segunda Guerra Mundial y la monstruosidad del comunismo
totalitario que esclavizó a millones durante décadas. No creo que tengamos el
apetito de esos tiempos oscuros habiendo llegado tan lejos y trabajado tan duro
para escapar de ellos.
XL. Hemos visto cómo estallaba la
primera guerra de esta pandemia, en Nagorno Karabaj, que se disputan Armenia y
Azerbaiyán. Debe de ser doloroso para usted, que tuvo que huir de noche con su
familia de su Bakú natal por la persecución étnica de los armenios. Por qué nos
debería importar un conflicto en el Cáucaso, tan lejos geográficamente de
nuestras vidas?
G.K. Esta pregunta ha
llevado a mucha muerte y miseria. ¿Por qué preocuparse por los Balcanes o
Ruanda? ¿O Ucrania? « ¿Por qué morir por Danzig?», era un eslogan en Francia en
1939. Hay muchas razones, tanto morales como egoístas, para que nos importen
conflictos en tierras lejanas. España y el resto de Europa dependen de la
estabilidad para mantener su prosperidad. En el mundo globalizado, las reacciones
en cadena son inevitables. Hacer la vista gorda ante la invasión de Ucrania por
parte de Putin ha tenido un efecto dominó por todo el planeta y ha debilitado
los conceptos de soberanía y unidad en el mundo democrático.”.
Tomado de diario XLSemanal, España