JAIME GUZMÁN, POLÍTICO Y CONSTITUYENTE (+ 1 DE ABRIL DE 1991) (II)
Chile, 1 de abril 2021
Por Alejandro San Francisco
II
“Después del 11 de
septiembre, se concentró en sus actividades de colaboración con el gobierno,
pero entendía que se trataba de un régimen pasajero, por lo cual era necesario
pensar en una iniciativa política que proyectara las bases de la transformación
económico-social y política que había experimentado Chile. En esta línea hubo
dos tareas principales: la primera fue la organización de una red de
funcionarios y seguidores dentro del régimen militar, a través de las
municipalidades y de la Secretaría
General de la Juventud; la segunda fue la elaboración de un
proyecto político propio, que nació en septiembre de 1983: la UDI.
Esa nueva derecha había
comenzado a emerger a fines de la década de 1960, bajo el liderazgo del propio
Guzmán, como ha mostrado Verónica Valdivia en Nacionales y gremialistas. El ‘parto’ de la nueva derecha
política chilena, 1964-1973 (Santiago, LOM, 2008). Con la idea
de renovar a la derecha, el partido fue definido como popular, de inspiración
cristiana y partidario de una sociedad libre. Como proyecto, era un movimiento
joven –la inmensa mayoría de sus dirigentes no superaba los 30 o 35 años–, que
respaldaba al gobierno y creía en el modelo de transición y también en las
bases permanentes del desarrollo chileno, fijadas durante esa década de
gobierno. La primera directiva estaba conformada por el propio Guzmán, el
exministro Sergio Fernández, Guillermo Elton, Javier Leturia, Luis Cordero y
Pablo Longueira.
En 1987 se produjo la
“unidad” de la derecha, en un solo partido, que reunió a la Unión Nacional de
Andrés Allamand, el Frente Nacional Trabajo de Sergio Onofre Jarpa y la UDI. El
primer presidente de la colectividad fue Ricardo Rivadeneira y cada una de las
agrupaciones ocupó una de las vicepresidencias.
A pesar de llamado
unitario inicial y de las perspectivas positivas por la pronta democratización
del país, en esa primera etapa la experiencia fue negativa para RN y para
Guzmán, quien terminó alejándose de la colectividad –con gran parte de sus
antiguos correligionarios– después de ser llevado al Tribunal Supremo del
partido. Tras ello se conformaron las dos derechas que pervivieron durante
largo tiempo tras el régimen militar, con Renovación Nacional y la UDI como
partidos principales.
Más allá de las distintas
etapas del ideario político guzmaniano y su aplicación en distintas
circunstancias, hay ciertas nociones que permanecen en el tiempo. La principal
es su propia vocación como político católico, que buscó transmitir no tan solo
en un corpus de ideas sino además a partir de su propio testimonio.
Durante su campaña
senatorial de 1989, expresó en una entrevista a Raquel Correa: “Nunca me he
sentido en una carrera política. Mi vocación es el apostolado cristiano. Las
formas de llevarlo a cabo han sido hasta ahora, principalmente la docencia y la
política. Pienso en seguir en ellas sin perjuicio de que el apostolado
cristiano pueda ampliarse a muchas otras variantes adicionales” (El Mercurio, 19 de
noviembre).
Otra de las constantes de
su ideario es su oposición
al comunismo. Antes, durante y después del gobierno de Salvador
Allende manifestó su rechazo del comunismo y, en efecto, consideraba que lo más
negativo de la Unidad Popular era “la doctrina marxista que la inspira. Es
antinatural y su resultado inevitable es el totalitarismo en política y la
pobreza generalizada en lo económico”. Ante la pregunta si se consideraba
anticomunista, respondía: “Lo soy en forma completamente desapasionada. El
comunismo es la negación de todos los valores fundamentales en los cuales creo.
Al declararme anticomunista lo que hago es negar una negación. Y eso en
filosofía y en matemáticas es un concepto positivo”.
El asesinato
El regreso de la
democracia generó grandes expectativas en Chile. Después de años de
polarización, parecía haber llegado un momento de mayor paz social, asociadas a
la idea de restauración de la democracia y a las posibilidades de la economía.
De estas ideas participaban tanto los partidarios como los detractores del
nuevo gobierno, liderado por el democratacristiano Patricio Aylwin, de la
Concertación de Partidos por la Democracia.
En el caso particular de
Guzmán, participó en las elecciones parlamentarias de 1989, como candidato a
senador por Santiago Poniente, en una lucha intensa y complicada frente a dos figuras
de la centroizquierda: el DC Andrés Zaldívar y el socialista Ricardo Lagos. El
compañero de lista del candidato UDI era el abogado Miguel Otero, de Renovación
Nacional. Como muchos advirtieron en su momento, se trataba de una elección
emblemática, lucha decisiva para definir no solo los senadores, sino también
los liderazgos que existirían en la nueva democracia. Tras obtener un 17,2% de
las preferencias consiguió un cupo en el Senado de la República, último
escenario de su vida política.
El debate en torno al
terrorismo y la violencia política que provenía desde las décadas anteriores se
instaló rápidamente tras el reinicio de la democracia chilena. En particular,
sería la discusión en torno al indulto
presidencial de terroristas –primera reforma constitucional
en ser debatida tras el retorno de la democracia– y la oposición de la UDI a
esta medida la que terminaría por situar a Jaime Guzmán como el primero en la lista de enemigos de
los grupos terroristas activos hasta ese momento en Chile.
El 23 de marzo de 1991, en su discurso “Voto que No” que pasaría a la historia,
Guzmán daría las razones de la posición del partido:
“Estamos convencidos de
que la ciudadanía observa, con desconcierto y estupor, que en este preciso
momento el Congreso Pleno se reúna para ratificar –como la primera Reforma
Constitucional que aprueba– una enmienda que permite el indulto presidencial de
terroristas.
Nuestro partido ha
contribuido a aprobar en este Parlamento muchas iniciativas tendientes a
alcanzar la reconciliación entre los chilenos. El país puede estar cierto de
que continuaremos haciéndolo, teniendo siempre presente que tan noble objetivo
requiere de una apropiada ecuación entre la generosidad y el realismo.
La Reconciliación Nacional
exige especial acierto, tino y equilibrio en los instrumentos que se diseñen
para lograrla. Consideramos que esta enmienda de la Carta Fundamental no cumple
con esos requisitos, porque ningún paso tenderá efectivamente a dicha
reconciliación, si él pone en peligro la seguridad de las personas o la paz
social.
Señor Presidente, votamos
en contra de esta Reforma Constitucional, porque somos contrarios a que
personas condenadas por delitos terroristas puedan ser indultadas por la sola
voluntad del Presidente de la República, quien quiera que éste sea.
Votamos en contra de esta
reforma constitucional porque, tanto en la campaña electoral de 1989 como hoy,
discrepamos del programa de la Concertación en materia de indultos. No
podríamos sentirnos actuando de modo consecuente con ello si concurriéramos,
ahora, a ampliar el ámbito del indulto presidencial.
Votamos en contra de esta
reforma constitucional porque nos parece que ella envuelve una pésima e
incomprensible señal para el país, en momentos en que el recrudecimiento
terrorista y de la delincuencia común reclama una actitud particularmente
firme, y sin equívocos, de todas las autoridades públicas ante tan seria
amenaza.
Voto que no”.
Como sabemos, el proyecto
finalmente fue aprobado, y a los pocos días –el 1 de abril de 1991– el senador,
el profesor Jaime Guzmán, fue asesinado a la salid del Campus Oriente de la
Universidad Católica. El crimen fue perpetrado por el Frente Patriótico Manuel
Rodríguez, que consideró el atentado como un ajusticiamiento y cuyos líderes
reivindicaron el hecho incluso décadas después.
Tiempo antes, Guzmán había
calificado al Frente “una entidad organizada para desarrollar la lucha armada
en nuestro país, incluyendo la práctica sistemática del terrorismo y la
violencia. Así lo han proclamado sus integrantes y así lo han cumplido, con
asesinatos y otros atentados que han llenado de horror la conciencia civilizada
del país”. Pronto él mismo sería víctima de una de las acciones más visibles e
históricas de esa agrupación.
¿Qué posición habría
adoptado Jaime Guzmán en los años siguientes? ¿Habría cambiado su opinión sobre
el gobierno militar o algunos de sus aspectos? ¿La UDI habría tenido la misma
evolución que experimentó, que la llevó a ser el partido más grande de Chile,
pero también a perder parte de su orientación doctrinaria? ¿Habría facilitado o
dificultado la unidad de la centroderecha? Se podrían hacer esas y otras tantas
preguntas, y la primera respuesta es muy simple: no lo podemos saber. Cualquier
análisis cae en la historia virtual o en la ficción, en una proyección personal
a partir de la trayectoria de Guzmán. En cualquier caso, sí sabemos que parte
del pensamiento guzmaniano tenía raíces profundas, en tanto otros aspectos
respondían a realidades contingentes.
En materia constitucional,
por ejemplo, así lo prueban las reformas de 1989, a las que concurrió a aprobar
junto con la UDI, si bien no compartía todas y cada una de las reformas ni
exactamente el tenor de algunos cambios. Pero hay factores necesariamente
históricos que no son parte del corazón del proyecto de Guzmán, aunque estaban
en la Constitución original, si bien no es el único líder político que ve al
Chile actual como muy distinto y distante del que hubiera deseado: también es
muy diferente del proyecto de la Revolución en Libertad de Eduardo Frei
Montalva o la “Vía Chilena al Socialismo” de Salvador Allende.
Con una diferencia
esencial. El Chile
que está terminando es, en alguna medida importante, el de la Constitución de
Guzmán –si nos permitimos llamarla así–, el de la hegemonía económica liberal,
el principio de subsidiariedad y otras tantas nociones que parecían asentadas
en la sociedad chilena. Esto implica, también, una segunda
derivada, cual es la “muerte espiritual del ideario guzmaniano”, del que hemos
hablado en otra oportunidad, que no depende tanto de lo que pase en Chile como
de lo que puedan hacer y efectivamente hagan quienes sean sus herederos
políticos e intelectuales, o valoren su aporte en la vida pública nacional, en
particular de la Fundación que lleva su nombre. En cualquier caso, el futuro
está abierto y, como señalaba en 1987 el fundador del gremialismo, habían
dejado en parte “su impronta en la historia de Chile” por el trabajo
perseverante incluso “en las horas más adversas e inciertas”.
Tomado de diario El Librero, Chile.
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