jueves, 11 de marzo de 2021

SEMBLANZA DE DON ANDRÉS BELLO LÓPEZ (XII-FINAL)

                                        SEMBLANZA DE DON ANDRÉS BELLO LÓPEZ

                                                                     Dr. Juan Andrés Orrego Vicuña

                                                            Profesor de Derecho Civil U. de Chile

 

“El devenir de los pueblos se teje con una lógica que escapa con frecuencia al entendimiento de los hombres. En no pocas oportunidades, el derrotero de un país queda condicionado por la irrupción de una figura descollante, que para bien o para mal, marca a fuego el destino de aquél.”

 

"A propósito de Amunátegui, refiere éste que después del arduo trabajo que Bello había llevado a cabo en Londres para descifrar los manuscritos casi ilegibles de Bentham, tomó tal horror por la mala letra, que más tarde, solía decir que tener buena letra era cuestión de cortesía y aun de humanidad. Sin embargo, con el tiempo, llegó él mismo a tenerla muy mala, casi indescifrable, de manera que a veces ni con una lupa, podía entender lo que su propia mano había escrito.

Agrega Amunátegui que en una ocasión, le tocó examinar unos borrones de Bello que parecían versos, y con entusiasmo, creyendo haber descubierto alguna poesía inédita, se lanzó a la magna tarea de descifrarlos. Cuál no sería su sorpresa, y frustración, cuando después de ingente trabajo, se encontró en presencia de algunos artículos del Código Civil.

Por aquellos años, la nostalgia también lo acuciaba. Especialmente, el recuerdo de su madre, muy anciana. En una carta que Bello escribe a una de sus sobrinas, leemos: “Dile a mi madre que no soy capaz de olvidarla; que no hay mañana ni noche que no la recuerde; que su nombre es una de las primeras palabras que pronuncio al despertar y una de las últimas que salen de mis labios al acostarme, bendiciéndola tiernamente…” Sabemos que no volvería a verla. Cierta noche, despertó sobresaltado y con el presentimiento angustioso de haber sucedido algo irreparable. Exactamente a la hora, según después le informarían, de la muerte de su madre.

Tras la aprobación por el Congreso del Código Civil, Bello recibe en recompensa la suma de $ 20.000.- y se le abona el tiempo que le faltaba para jubilar. Le encargó el gobierno el Proyecto de Código de Procedimiento Civil, pero Bello ya no se sentía con las fuerzas necesarias. Abandona entonces todos sus cargos, con excepción de la rectoría de la Universidad, recluyéndose paulatinamente en su domicilio. Tres años después, una semi paraplejía le priva casi por completo del uso de sus piernas. Las enfermedades, sin embargo, no le impiden continuar su trabajo, en especial de su obra la “Filosofía del Entendimiento”.

UNA OBRA GIGANTESCA.

En estas líneas finales, estimamos pertinente hacer una síntesis del aporte de Bello a nuestro país. Algunos han sostenido que la influencia de Bello fue decisiva en la instauración del régimen portaliano. El escritor Nicolás Gómez, señala al respecto: “A nuestro juicio, la Era Portaliana tuvo su origen en una Eminencia Gris de gran cultura, de egregio criterio, conocedor y forjador de almas, inspirador de ideas y actor de primer orden de los destinos de Chile. Esta Eminencia Gris, fue don Andrés Bello; la llamada Era Portaliana debió llamarse la Era de Bello.”

Jaime Eyzaguirre menciona a Bello como uno de los cuatro arquitectos, junto a Manuel Rengifo, Mariano Egaña y Joaquín Tocornal, que permitieron a Portales sentar las bases del Estado republicano. Enrique Bunster, resume en cinco grandes obras el trabajo de Bello en Chile: el Código Civil; la organización de la Cancillería; la depuración de la lengua castellana; el Derecho de Gentes; y la fundación de la Universidad. Benjamín Vicuña Mackenna decía a su vez: “para la generalidad de los hombres, don Andrés Bello pudo ser en su larga carrera un levantado prócer del saber, un espíritu superior, un profesor eximio, un sabio universal; y todo eso en verdad lo fue en grado eminentísimo (…) Mas para aquellos que le conocimos de cerca, en lo que podría llamarse la intimidad del respeto, para aquellos que escuchamos sus luminosas pláticas de la cátedra y del hogar, para aquellos que en la ruda enseñanza del espíritu recibimos de su indulgente juicio el primer estímulo, para ésos don Andrés Bello fue algo más que un crítico, un profesor y un poeta esclarecido, porque fue el dulce, el venerando y ya extinguido tipo de „maestro ‟de la edad antigua.”

El historiador mexicano Manuel Rodríguez Lapuente, a su turno, califica a Bello como “la figura más eminente” en el ámbito cultural, de los nacientes Estados hispano-americanos. Francisco Antonio Encina, por su parte, afirma que Bello fue “…auxiliar utilísimo, y en algunos aspectos insustituible, de los gobiernos de Prieto y de Bulnes y colaborador inteligente de Montt y de Varas en su ardua labor constructora. Ayudó a los presidentes y ministros que se sucedieron entre 1830 y 1865 con sus conocimientos y sus sugestiones, que abarcaron un campo extraordinariamente extenso para proceder de un solo cerebro.”

Encina sintetiza en tres observaciones, el legado de Bello: “La primera, es la perfecta convergencia del sentido de las influencias culturales de Bello, Portales, Montt, Rengifo y Varas. Todos tomaron por meta la cultura europea de su época, con una fijeza de miras y una constancia que no se repite en otro país hispanoamericano. Todos los esfuerzos del gran humanista en el terreno intelectual, docente y jurídico, y los de los gobernantes, en el político, económico y social, tendieron a transformar el legado de la Colonia en un pueblo europeo, en el menor tiempo posible.

La segunda es el sentido creador que tomó en todos ellos el esfuerzo cultural. No les preocupa la demolición del pasado, norte de Lastarria, que en este terreno encarnó exagerándola la recia fibra negativa que hace parte de la urdimbre española.

La tercera es el profundo cambio, operado en el correr de treinta años, en las relaciones entre la labor cultural de Bello y los gobiernos y los elementos dirigentes.”

En este sentido, destaca Encina, hay tres fases perfectamente distinguibles:

1° Durante la administración de Prieto, la labor cultural de Bello se estrella contra el bajo nivel de la cultura chilena. Bello insiste en las lacras vergonzosas que ésta exhibe, sin encontrar otro eco que buenos deseos. Los gobiernos oyen benévolamente sus sugestiones, pero no hay plata, falta ambiente y hombres preparados para llevar a la práctica las reformas. Para colmo, sobreviene la guerra contra la Confederación, que Bello reprobara en un comienzo, pues temió que podía terminar con la jornada de progreso iniciada en 1830;

2° En el decenio de Bulnes, y gracias a la euforia que sigue a Chañarcillo y Yungay y las fugaces lloviznas de oro de California y Australia, ya son muchos los que prestan oídos a las sugestiones de este cruzado de la cultura. El ministro Montt, el primero de todos;

3° Durante el decenio de Montt, ahora es Bello el exigido. El gobierno toma la delantera y le pide a Bello un esfuerzo que el anciano, debilitado, ya sólo puede realizar con altos y descansos. Ahora, “Una verdadera legión de hombres nuevos, surgidos de la semilla que (Bello) sembró, han hecho suyas sus sugestiones; las han superado y, obedeciendo a un mandato invisible, se esfuerzan en implantar los progresos culturales que veinte años atrás quedaban dormidos en las columnas de “El Araucano”, o se desvanecían junto con salir de los labios de Bello…”

¿Y qué han dicho de Bello sus propios compatriotas?

Citemos dos opiniones autorizadas.

El gran escritor venezolano Arturo Uslar Pietri, escribe sobre Bello estas palabras: “Justa y buena es esta glorificación de Bello. Es uno de los más grandes nombres que sostienen el prestigio de nuestra nacionalidad. Es, además, herencia moral e intelectual viva que está en nuestra mano reivindicar. Hacer que, en la mejor forma, vuelva el hombre que, en vida, no volvió. Que, al fin, lo gane la tierra que lo perdió.”

Otro gran intelectual venezolano, Mariano Picón Salas, dirá sobre Bello: “Bello, ese gran padre del Alfabeto –como le ha llamado Alfonso Reyes-, fue a buscar a Chile, la última República reflexiva donde levantar su claro monumento de prudencia y sabiduría. ¿No era uno mismo, desde el Caribe de su juventud hasta el Pacífico de sus últimos días, el destino espiritual de las naciones hispano-americanas? Para una nueva empresa de liberación por la Cultura, este otro gran caraqueño andariego iba a rehacer, a su modo, la ruta de Bolívar. El también daba forma a los sueños, las aspiraciones, las necesidades de un Continente que empezaba a abrirse al espíritu moderno.”

Bello, así, dejó a nuestra patria un legado invaluable. Pero en su madurez, no olvidaba su tierra natal. De alguna forma, en todos los hombres y mujeres, los años de la niñez y la juventud, evocados siendo adultos, se representan como una especie de “paraíso perdido”, irrecuperable pero firmemente atesorado en la memoria. Así, escribía Bello: “Recuerdo los ríos, las quebradas y hasta los árboles que solía ver en aquella época feliz de mi vida. ¡Cuántas veces fijo mi vista en el plano de Caracas, creo pasearme otra vez por sus calles, buscando en ellas los edificios conocidos, y preguntándoles por los amigos, los compañeros que ya no existen!...¡Daría la mitad de lo que me resta de vida por abrazaros, por ver de nuevo el Catuche, el Güaire, por arrodillarme sobre las lozas que cubren los restos de tantas personas queridas! Tengo todavía presente la última mirada que di a Caracas, desde el camino de La Guaira. ¿Quién me hubiera dicho que era, en efecto, la última?

Ese anhelo, sin embargo, no se cumpliría. En Santiago, el 15 de octubre de 1865, a la edad de 83 años, obtendría su eterno descanso. Se cuenta que en los días previos, en su delirio, creía ver en las cortinas de su lecho o en las paredes de su habitación, las estrofas de “La Iliada” y “La Odisea”. Su inconsciente, quizá, le recordaba cuáles eran las fuentes primigenias sobre las cuales se asentaba nuestra cultura. Gran cantidad de personas se reunió en la Catedral para despedirlo.

El canónigo Francisco de Paula Taforó, en la oración fúnebre, destacó el brusco cambio de alegría a dolor que, en pocos días, había afectado a los concurrentes a la ceremonia. En efecto, decía Taforó, todos habían estado reunidos allí el pasado 18 de septiembre, celebrando felices un nuevo aniversario patrio. Preguntándose que había motivado esta cruel transformación, decía: “¡el noble orgullo de nuestro país…el padre de nuestra literatura…el sabio americano…el jurisconsulto profundo…el oráculo de nuestra Universidad…el príncipe de nuestros poetas…el consejero de nuestros hombres de Estado…el padre modelo, el esposo tierno, el amigo fiel, el ciudadano ilustre y amante de nuestra patria, sin haber nacido en ella, el señor don Andrés Bello…¡no está ya entre nosotros!”

Había muerto un gran venezolano. Pero, por sobre todo, un gran chileno. El pueblo de Chile, agradecido, le encomendaría en 1874 al gran escultor Nicanor Plaza que levantara un monumento a la memoria de Bello. Plaza hizo trabajar en él a dos de sus alumnos más aventajados, el ecuatoriano Romero y el chileno Medina. Fue inaugurado en noviembre de 1881.

Desde el frontis de la Universidad de Chile, nos acompaña nuestro “Bisabuelo de Piedra”.

FINAL.

Gracias por su atención.

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