martes, 30 de marzo de 2021

GÉNESIS DE LA SEGUNDA REPÚBLICA DE LA MANO DEL LIBERTADOR SIMÓM BOLÍVAR

 

GÉNESIS DE LA SEGUNDA REPÚBLICA DE LA MANO DEL LIBERTADOR SIMÓM BOLÍVAR

Maracay, 31 de marzo 2021

Introducción, por Abg. Rafael Medina Villalonga

 

Leyendo “El Diario De Bucaramanga”, escrito por Luís Perú De La Croix en transcripción fiel de las palabras del Libertador; especialmente “Otros Manuscritos”, atribuidos a la primera parte del Diario de Bucaramanga, tomados de “Manuela, sus diarios perdidos y otros papeles”; editado por Carlos Álvarez Saá, enero 2005. Quito, Ecuador; me encontré con esta pieza, la cual me ha impulsado a publicarla el deseo de dar a conocer a los más jóvenes los inicios de los acontecimientos que parieron la Segunda República de Venezuela a finales del año de 1812:

“Me pregunta Ud. Señor Perú de ¿Cómo concebí la guerra? Bueno no era yo. Era la guerra en sí. Es el amor a la libertad. Además, todo hombre hace la guerra en procura de ser libre. Todos se unen. Cuando llegué a Cartagena a fines de 1812 y siendo esta provincia el centro del virreinato de Nueva Granada, encontré fervor patriótico. Allí se libraba con España una guerra más firme que en la de la Capitanía General de Venezuela.

Los republicanos aceptaban a todo hombre con experiencia militar que, tomara el riesgo y manifestase buena voluntad de lucha a favor de las banderas del combate. Dígame señor Perú ¿Quién no va a la guerra?

¿Y, sabe Ud. quién me recibió con mi tío José Félix Ribas y, los hermanos Montilla, y otros compañeros? Nada menos que el enfurecido Labatute, quien era comandante general del “ejercito libre”, quien exigió para nosotros ahorcamientos, fusilamientos o en su defecto, expulsión y desprecio por haber entregado a Miranda.

Menos mal que el señor Rodríguez Torrica que comprendía el país y la causa, concilió los ánimos y puso en la tarima mi posición de militar.

El resultado fue mi envío a Barranquillas en los límites con Venezuela con doscientos hombres, y a las orillas el delta de este río noble: el Magdalena. Muy lejos de la guerra auténtica. Pero, no contaron con mi espíritu guerrero. Sepa Ud. que no soy de los que se callan: Yo no soy de los que se dejan joder… bueno, no me dejaba.

Manuela dice que, si así como yo lo digo lo cumpliera, sería diferente. ¿Cree Ud. eso?

Antes de la partida escribí un manifiesto al gobierno y al pueblo de la Nueva Granada, en él, notifiqué los motivos que dieron el triunfo a los godos en Venezuela, también exhorté a la unidad y a intervenir en favor de la patria.

Señor Perú: yo preparé doscientos hombres sin más armas que tres pistolas, diez y seis enmohecidos fusiles, treinta y dos lanzas, veinticinco machetes y treinta cuchillos. Es una lista que no podré olvidar.

El 22 de diciembre, “contraviniendo” la disciplina y las órdenes y, bajo el riesgo de ser traicionado y puesto a órdenes de la horca, del otro y de este lado de la frontera, apuré mi guarnición en las balsas y nos dirigimos aguas arriba por el río Magdalena, este río que espera mis huesos para llevarlos como una hojarasca inútil. Haber, ¿cómo era? Sí, empujaban las pesadas balsas a gritos de negreros con varas de bambú y, en los lugares más profundos, tirando con cuerdas y lianas desde las orillas enmarañadas y de muy difícil acceso; boga hacia arriba contra la corriente, el velamen era incierto como ayuda, pues casi no ventiaba, ¿ve usted? Como ahora. Íbamos rumbo a Tenerife, que estaba ocupada por los españoles. Los caimanes y cocodrilos nos acosaban por las bordas de las balsas y, al vernos desde las orillas se zambullían chapoteando el agua cenagosa y turbia.

Los loros se espantaban desde los bosques de caña guadúa, en una algarabía infernal; los monos chillaban como pronunciando denuestos a nuestra presencia. Al amanecer, avistamos un claro que se encontraba a la izquierda de una curva. Todos nos miramos y, en silencio, comprendimos que, había llegado el momento de empezar el camino de la gloria o caer en manos del infortunio.

Sorprendimos a los godos, nos recibieron a cañonazos. ¡Coños de madre! Cómo se resistieron y batieron con bizarría, otros se alborotaron de miedo y se largaron a la selva, contando con que quinientos fueron hechos prisioneros. Los soldados estaban eufóricos, lucharon y triunfaron como en una tromba que todo lo envolvía con su torbellino. Confiaron en mis tácticas, luego atendimos a los heridos y, la gente se abrazaba a nosotros vivando y agitando los brazos.

Allí en Tenerife conocí a la bella y tierna francesita Anita Leoni Monpox: Rebeca. El Banco, Chiriguaná, Trancalameque; y, así hasta Ocaña, siempre aguas arriba contra la corriente, quien iba a imaginarlo, Íbamos con otra semblanza, otros pensamientos, llenos de júbilo con los triunfos obtenidos: armas, pertrechos, munición, comida y valor dado por las atrocidades mismas cometidas por los bárbaros. Ni un solo godo quedó por el Magdalena.

Descansamos en pamplona, allí estaba Castillo, acantonado detrás de muros, sin arriesgarse al combate ¡Carajos! El pendejo creía que sin moverse tendría la victoria; le faltaban… (S.E. hace un gesto de peso con su mano derecha). Yo, por mi parte le propuse cruzar la cordillera. Y ¡atacar! Hacerlo con sorpresa, acabar con sus combates de entrenamiento y sus demostraciones de fuerza. Castillo pensaba que era un suicidio, que no sólo por el combate, también por el paso a través de las montañas. En esto seré franco: él tenía razón, por el soroche y el miedo a las alturas de algunos. 

Era la primera vez además que se hacía tal empresa, lo era también para mí. Así pues, empleé los términos de la ofensiva, capaz de desmenuzar el sostenimiento de quienes se hallaban en la defensiva en detrimento de su capacidad de reaccionar a la sorpresa.

Se trataba de una idea que no falló. ¡Un fulgurante ataque sobre Cúcuta! permanente ofensiva por los flancos y por el centro; descubrí con ojo de águila el lado flaco del enemigo y, ordené: ¡al combate, con fuerza, sin cansancio, sin piedad! ¡Que no la han tenido con nosotros!

¡Calar bayonetas! ¡A la carga!!!

Los coños de madre se la mandaron toda. Pero Cúcuta fue liberada. Sentí entonces, como mi sueño de que la libertad de América empieza por Venezuela, se cristalizaba en el desarrollo de los acontecimientos postreros. ¡Ah! ¡Sí! La campaña admirable, por su secuencia cronológica, por lo cruzado de las estrategias, por los elementos en contra: la marcha fue una gimnasia incesante donde, trabajaron más los brazos y las manos que, los pies y las piernas. Con el riesgo de la picadura de tarántulas, cuya mordedura puede matar a un caballo, nubes de mosquitos, serpientes venenosas. En las noches, los vampiros enormes de la manigua, en contraposición a los murciélagos de la costa.

Innumerables y feroces insectos atraídos por las fogatas encendidas para ahuyentar a los jaguares y panteras.

Muy a pesar de esa naturaleza infernal, a más del sopor invernadero de la selva, el tabardillo, la disentería por las tomas de aguas putrefactas, el paludismo y el soroche; pero muy a pesar de todo esto, mi querido Perú, se entonaban los himnos de la libertad de Tenerife, Monpox y san Cayetano. Y se seguía adelante, bajo mis órdenes, acortando caminos.

La sangre de mis compatriotas fue vengada palmo a palmo en La Grita, Niquitao, Barquisimeto, Bárbula, Los Horcones, Las Trincheras, San Mateo, Araure. Ostentaba para esos momentos, el título de Brigadier General del Ejército y ciudadano de la Nueva granada, que me fuera concedido en Cúcuta por el honorable Congreso de la Unión.

Con un destacamento de setecientos hombres, soldados enloquecidos por clarear mis banderas en las fortalezas de Puerto cabello y La Guaira. Oficiales gallardos, brillantes por sus servicios a la patria, como distinguidos de ser de buenas familias y exquisita cultura: José maría Ortega, Joaquín Paris, Atanasio Girardot, Rafael Urdaneta, Francisco De Paula Vélez, Luciano D´Elhuyar.

 Así que, ofrecí al Sr. Presidente de la Unión mi proyecto que, ambicionaba llevar a término en el menor tiempo posible: reconquistar a Venezuela. Sentía que este asunto en particular palpitaba en mi pecho con el ímpetu de un enamorado de la gloria. Marchas forzadas y si descanso. Los combates sucedían a las escaramuzas y las batallas se generalizaban. Era un infernal empuje de brioso ariete, sin pedir cuartel, además nadie lo daba. Fue necesario el decreto de guerra a muerte. No había alternativa, o se da o se quita. La patria lo exige todo, hasta el corazón. Siempre ¡a paso de vencedores!

Este era un ejército bienhechor, de ínclitos soldados granadinos. Caracas, mi amada insatisfecha…”

Tomado de “Diario de Bucaramanga”. Luís Perú de Lacroix. 2ª. edición. Fundación editorial “El Perro y La Rana”. Caracas 2010.

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