HISTORIA
DESCLASIFICADA: LA TERCERA GUERRA MUNDIAL Y EL PLAN CÓNDOR
Chile,
7 de marzo 2021
Por Carlos Basso
“Las dictaduras latinoamericanas tenían su propia explicación del mundo en el cual vivían: estaban sumergidas en un nuevo conflicto global, donde se veían a sí mismas como el último bastión del mundo cristiano en una lucha sin cuartel ni reglas contra el marxismo y lo que ellas definían como “subversión”.
“Esa es la explicación que un experimentado diplomático estadounidense dio en 1976 a todo lo que estaba sucediendo en el cono sur de América, y lo que explicaba también la aparición del plan “Cóndor”. Como los militares de esos países creían que estaban en una guerra, se justificaba que viajaran a otros países a cometer acciones de todo tipo, como los asesinatos emprendidos por la DINA.
Una de las explicaciones más tradicionales acerca del intento de las diversas dictaduras latinoamericanas de los años ’70 en orden a exterminar a los dirigentes de los principales grupos radicales de izquierda es la adopción de la famosa Doctrina de Seguridad Nacional, impulsada desde Estados Unidos y que consideraba la existencia de un enemigo interno (el marxismo), que debía ser combatido militarmente.
Sin embargo, dicha
construcción no alcanza por sí sola para explicar los crímenes transnacionales
cometidos por las policías secretas de Chile y otros países, especialmente en
el marco del plan “Cóndor”.
Quizá la explicación más
cercana a lo que ocurría en aquellos años se encuentra contenida en un
documento estadounidense de 1976, que permaneció en secreto durante 35 años, el
cual explica que los militares latinoamericanos estaban convencidos de que se
encontraba en marcha una Tercera Guerra Mundial y que el cono sur de América
Latina era “el último bastión de la civilización cristiana”, algo que parece
muy sincrónico con la visión mesiánica que
Augusto Pinochet tenía de sí.
Lo anterior es parte de un
extenso análisis de 14 páginas efectuado por Harry W. Schlaudeman a inicios de
agosto de 1976 y que permaneció clasificado
durante 35 años. Schlaudeman, quien falleció hace dos años, fue un
funcionario de alto nivel del Departamento de Estado de Estados Unidos. Entre 1969
y 1973 estuvo en Chile, como segundo de la embajada de su país en Chile,
después de lo cual fue nombrado vice asistente del secretario de Estado para
asuntos interamericanos. Tras ello, permaneció dos años como embajador en
Venezuela y en 1976 regresó a la capital de EEUU como asistente del secretario
de Estado para asuntos interamericanos. Posteriormente fue embajador de Estados
Unidos en Perú, Argentina, Brasil y Nicaragua, además de enviado especial a
América Central.
Es decir, se trataba de
alguien que conocía a la perfección lo que estaba sucediendo en América Latina.
La guerra del Tercer
Mundo
Según explicaba
Schlaudeman, las dictaduras del cono sur de América Latina (es decir, Chile,
Argentina, Uruguay y Paraguay) se veían a sí mismas envueltas en una especie de
batalla de dos frentes. El primero de ellos era “el marxismo internacional y
sus exponentes terroristas”, mientras que el segunda era “la hostilidad de las
democracias industrializadas, que no comprenden que están mal informadas por la
propaganda marxista”, todo lo cual explicaba como un cuadro de paranoia que
—decía— quizá se podía comprender en función de las “convulsiones” de los
últimos años en Argentina, Chile y Paraguay.
Pese a ello, recordaba que
las fuerzas marxistas habían sido diezmadas en todos esos países: “El fiasco
romántico del Che Guevara destruyó las esperanzas de la revolución rural. La
caída de Allende es tomada (quizá en forma pesimista) como una prueba de que el
camino electoral no puede caminar. Las guerrillas urbanas colapsaron en Brasil
con Carlos Marighella y en Uruguay con los Tupamaros”, recordaba.
Aun así —señalaba— las
fuerzas militares “insisten en que la amenaza continúa y que la guerra debe
continuar” precisando que ahí es donde aparecía la idea de la “Tercera Guerra
Mundial”.
El promotor de ella había
creado sido Juan Carlos Blanco, por aquel entonces vicecanciller de Uruguay
(que en 2017 fue condenado en Italia por la desaparición de ciudadanos
italianos en Uruguay, en medio del plan Cóndor).
El diplomático
norteamericano argumentaba que como consecuencia de esta visión distorsionada
de sí mismos y en ese supuesto contexto bélico, estos países “están uniendo
fuerzas para erradicar la subversión, una palabra que cada vez más se traduce
como disenso no violento desde la izquierda y la centro izquierda” y que el uso
del concepto de la Tercera Guerra Mundial les servía para justificar “medidas
de tiempos de guerra duras y de exterminio”, pero además les permitía
“justificar el ejercicio de su poder más allá de las fronteras nacionales”.
Por supuesto, eso no era
todo. Shlaudeman precisaba que la cadena de dictaduras que se había iniciado en
Brasil en 1964 también necesitaba creer que estaba desarrollando una Tercera
Guerra Mundial, porque para los militares era “importante para sus egos y para
(justificar) sus salarios y sus presupuestos en equipamiento”.
Sin embargo, aseveraba que
“la amenaza no es imaginaria, pero quizá se la ha exagerado, aunque esto es
difícil de sugerir a un hombre como Blanco, quien cree —quizá correctamente—
que él y su familia han sido marcados como objetivos”.
En el mismo tenor, decía
que durante estos años “los terroristas” habían podido crear distintos grupos
guerrilleros en cada país de América Latina, así como “provocar reacciones
represivas, incluyendo torturas y escuadrones de la muerte cuasi
gubernamentales”, además de crear la Junta Coordinadora Revolucionaria (JCR),
con cuarteles en Paris.
Ante ello, escribió, las
dictaduras del cono sur “han establecido la Operación Cóndor para encontrar y matar terroristas de la Junta
Coordinadora Revolucionaria (JCR) en sus propios países y en Europa”.
Cabe recordar que el Plan
Cóndor, la coordinación de los servicios represivos de América Latina, nació
como idea a mediados de 1975, luego de la detención en Asunción del chileno
Jorge Fuentes Alarcón, alto dirigente del Movimiento de Izquierda Revolucionaria
(MIR), y del argentino Amílcar Santucho, hermano del líder máximo del Ejército
Revolucionario del Pueblo (ERP). Ambos eran, además, parte de la estructura de
la JCR y tenían importantes contactos en Paris, ciudad donde existía una base
de militantes del MIR y en la cual Fuentes había permanecido hasta poco antes
de ser secuestrado, en mayo de ese año.
En medio de ello, dentro
del plan “Cóndor” se creó la Unidad Teseo, cuyo objetivo era ir a
Francia a asesinar a los dirigentes de la JCR, pero también a Ilich Ramírez
Fuentes, más conocido como “Carlos el chacal”.
Hay que mencionar que
luego de agradecer a los paraguayos por la entrega de Fuentes (quien hasta hoy
en día sigue en calidad de detenido desaparecido), el Director de la Dirección
de Inteligencia Nacional (DINA), Manuel Contreras, invitó a distintos jefes de
inteligencia de los países de vecinos a una reunión que se efectuó en Santiago,
entre el 25 de noviembre y el 01 de diciembre de 1975, en la que nació
formalmente la coordinación de los servicios represivos de las dictaduras del
cono sur del continente, que existía de facto desde inicios de 1974.
La burocracia del Cóndor
Como lo señalaba la
invitación que Contreras envió a sus pares paraguayos, y que se guarda en el
Museo de la Justicia, Centro de Documentos y Archivo para la Defensa de los
Derechos Humanos del Poder Judicial de ese país, “la reunión tiene carácter de
estrictamente secreta, y se adjunta temario propuesto y programa tentativo”.
Dicho temario, que también
figura entre los miles de documentos que componen el llamado “Archivo del
horror” paraguayo, parece una pieza de burocracia de una oficina estatal
cualquiera.
En la sección de
“fundamentos” del mismo se indicaba, ad hoc a la idea de la Tercera Guerra
Mundial que explicaba Schlaudeman, que “la subversión desde hace algunos años
se encuentra presente en nuestro continente, amparada por concepciones políticas
históricas que son fundamentalmente contrarias a la Historia, a la Filosofía, a
la Religión y a las costumbres propias de los países de nuestro hemisferio.
Esta situación descrita no reconoce fronteras ni países y la infiltración
penetra todos los niveles de la vida nacional”.
Además de ofrecer a Chile
como sede del plan, de precisar que a este podía adherir cualquier país no
marxista y de establecer que se debía contar con una base de datos, una central
de informaciones y reuniones de trabajo periódicas, el temario incluía un
programa general que, visto por encima, podría parecer la agenda de cualquier
seminario universitario o de una reunión de ejecutivos: además de siete
“sesiones de trabajo”, había actividades sociales también.
Por ejemplo, el miércoles
26 de noviembre, a las 21 horas, el programa consideraba una “comida ofrecida
por el Sr. Director de Inteligencia Nacional”. El sábado 29, en tanto, se
consideraba un viaje a Viña del mar y luego otra cena, esta vez en el casino de
juegos de la ciudad. Al día siguiente, para cerrar las actividades, había una
visita a la Escuela de Caballería del Ejército y a las 21 horas una “visita
algún centro nocturno y libre”.
Casi todo era a expensas
de Chile. La DINA pagaba el hotel y los gastos de alimentación de tres
delegados por país, así como el transporte para todos los invitados. Todos los
datos acerca de quienes viajarían, explicaba el documento, debían ser remitidos
al Telex 40619-CL o al número 394133 de Santiago, a nombre de Luis Gutiérrez,
que era la “chapa” que usaba el nombre de la Brigada Exterior de la DINA.
Los mensajes, por
supuesto, debían ser enviados cifrados, por medio de una cifra de sustitución
simple, que se adjuntaba a la invitación, y que básicamente consistía en
remplazar un alfabeto común (sin letra “ñ”) por otro en el cual las letras
estaban puestas al azar.
Por cierto, las
invitaciones y el programa fueron enviadas en persona. En el caso de Paraguay,
existe un documento que señala que fue el subdirector de la DINA, Mario Jahn, quien
la llevó hasta el jefe de la policía de ese país, a inicios de noviembre de
1975.
Con todo ello en cuenta,
volvamos al paper de Schlaudeman. El
problema en América Latina, aseveraba el diplomático, comenzaba precisamente
con la definición de la palabra usada por la DINA, “subversión”, pues explicaba
que no era un término muy preciso y que “en países donde todos saben que los
subversivos pueden terminar muertos o torturados, las personas educadas están
razonablemente preocupadas acerca de los límites hasta los cuales se puede
disentir”.
Esa preocupación, anotó,
aumentaba al doble, si se tenía ahora en cuenta que, gracias al Plan Cóndor,
“existe la posibilidad de ser perseguidos por policías extranjeras”, lo que
ejemplificaba con los casos de uruguayos que habían sido asesinados en
Argentina, “donde existen amplias acusaciones de que la policía argentina está
haciendo un favor a sus colegas uruguayos”.
Lo anterior se extendía a
otras partes del mundo. Junto con reiterar que la sede de la JCR estaba en Paris,
agregaba que tenía “actividad considerable en otras capitales europeas”,
agregando que “los regímenes de Sud América lo saben y están planificando sus
propias operaciones contra-terroristas en Europa, lideradas por Argentina,
Chile y Uruguay”.
Lo que sabía la CIA
El 23 de agosto de 1976,
poco más de dos semanas después del informe de Schlaudeman, el Departamento de
Estado emitió un cable a los embajadores
de Estados Unidos en Santiago, Buenos Aires, Montevideo, La Paz, Asunción y
Brasilia, en el cual se les hacía presente que a todos se les había enviado
información acerca de la “Operación Cóndor” (seguramente el informe de
Schlaudeman, quien estaba copiado en el cable), aseverándose que si bien “la
coordinación de seguridad e inteligencia es probablemente comprensible, sin
embargo, estos gobiernos planean efectuar asesinatos dentro y fuera de los
territorios de los miembros de Condor”, los que se aseguraba era necesario
encarar de inmediato.
Por ello, en el caso de
Chile, Uruguay y Buenos Aires, se recomendaba a los embajadores que fueran
directo a hablar con los mandatarios de cada país, dándoles a conocer, entre
otras cosas, la existencia de “rumores en orden a que esta coordinación quizá
se extienda más allá del intercambio de información e incluya planes para
asesinar a subversivos, políticos y figuras prominentes tanto dentro de las
fronteras de estos países del cono sur, como en el extranjero”. Ante ello, se
recomendaba a los diplomáticos hacer ver a los respectivos mandatarios que ello
“creará un serio problema moral y político”.
No obstante, la CIA sabía de la
creación de “Cóndor” desde varios meses antes que el aparataje
diplomático de su país. En efecto, la agencia se enteró del plan hacia marzo de
1976, por medio de una fuente cuyo nombre está tachado, y que explicó que el
coronel Manuel Contreras lo había iniciado junto a Argentina, Uruguay,
Paraguay, Brasil y Bolivia.
Hacia julio de ese mismo
año, agregaba el reporte, la CIA había recibido la misma información que
Schlaudeman: que los miembros de “Cóndor” comenzarían a ejecutar personas en
distintos países.
En otro documento
desclasificado de
la misma agencia, se relataba el entrenamiento a que se habían sometido los
miembros de la “Unidad Teseo” en Argentina y el posterior viaje que hicieron a
Europa, pero se aseveraba que la misión de homicidio a la cual habían sido
enviados falló debido a una filtración, lo que hizo a los uruguayos retirarse
de dicha unidad.
La guerra sicológica
Hacia fines de 1976 el plan “Cóndor” seguía en pie, de acuerdo con otro reporte de la CIA, pero para esa época el foco de ella había comenzado a cambiar, quizá como consecuencia del fracaso de la operación de la Unidad “Teseo”, pero también a causa del desastre que había significado para la DINA el crimen de Orlando Letelier y Ronnie Moffit, en septiembre de 1976 en Washington DC, cometido con la ayuda de Paraguay (que proporcionó pasaportes falsos) y en concurso con cubanos anticastristas, lo que a la larga significaría no solo el cese del apoyo estadounidense a Augusto Pinochet, sino la petición de extradición de ese país del sicario de la DINA Michael Townley, quien apenas llegó a su país natal comenzó a confesar todo lo que había hecho al mando de Manuel Contreras y Pedro Espinoza, el segundo jefe de la DINA.
Con ese telón de fondo,
los países integrantes de “Cóndor” se reunieron entre el 13 y el 16 de
diciembre de 1976 en Buenos Aires, según la CIA. En ese encuentro, “revisaron
actividades pasadas y discutieron planes”, pero el principal punto en el
temario (sí, ya sabemos que tenían temarios) fue “la discusión y planificación
de operaciones de guerra sicológica contra izquierdistas y grupos radicales en
varios países miembros”.
En síntesis, exponía el
documento, se trataba de una estrategia por medio de la cual cualquier país
miembro “publicaría propaganda útil para otro, de modo tal que el país más
interesado no pueda ser identificado como la fuente”, lo mismo que años antes
la DINA había hecho en el torpe montaje conocido como “Operación Colombo”, que
implicó publicar listas de miristas chilenos supuestamente asesinados en
Argentina y Brasil, en medios de prensa creados con ese único fin, a fin de que
“rebotaran” en Chile.
Sin embargo, la CIA
ignoraba o prefería ignorar ese antecedente y se limitaba a señalar que “Chile
y Argentina usaron recientemente este programa, cuando expertos en propaganda
chilena crearon una historia acerca de supuestas entrevistas entre el
expresidente Eduardo Frei y líderes políticos de Estados Unidos”.
Pese a que hay varias
líneas borradas, a continuación el documento indica que “la historia fue
enviada a Argentina, donde apareció en un periódico local. Uruguay también ha
participado de este programa”.
Nota: Este reportaje contó con la valiosa cooperación de Rosa Palau,
coordinadora del Museo de la Justicia, Centro de Documentación y Archivo para
la defensa de los DD. HH de Paraguay.”
Tomado de diario El Mostrador, Chile.
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