miércoles, 24 de agosto de 2016

SOLITARIA EL ACTA, SOLITARIO EL DIALOGO

Desde los tiempos en que permaneció por años bajo la tapa del banco del piano de la señora María Josefa Gutiérrez viuda de Navas Spínola en Valencia, nunca había sentido tal sensación de abandono nuestra maltratada Acta de Independencia cuando se celebraban 205 años de la histórica declaración y no recibió la protocolar visita de los representantes de los poderes y, en especial, del Presidente de la República que tradicionalmente va con la llavecita a abrir el arca que la contiene.

Y en lo que se refiere a la sesión solemne, uno lee la lista de los que faltaron y lamentablemente, casi es más larga que la de quienes asistieron. No estaban Maduro ni su tren ejecutivo (es un decir), ni los presidentes de los poderes cooptados, ni el cuerpo diplomático y, para colmo, tampoco estuvieron algunos representantes de poderes estatales y municipales en manos de la oposición.

El siempre atildado diputado Francisco Torrealba, el único del PSUV que estuvo por los predios del hemiciclo, vino a aclararlo todo. Según el, los representantes de los demás poderes no asistieron “por falta de coordinación”. No sería, en todo caso, señor diputado, por falta de coordinación en las invitaciones porque según el presidente de la AN, las del cuerpo diplomático fueron enviadas a la Cancillería, pero “nos devolvió el paquete. Se lo remitiremos nuevamente, pero supongo que no se las habrán cursado a ningún embajador”.

Conociendo a Delcy su talante, su potencia y hasta su prepotencia y estando, además, tan vecinas las sedes del Relaciones Exteriores y la del Legislativo es probable que ella misma de las haya lanzado de vuelta desde la azotea o el patio central de la Casa Amarilla. Si yo fuera Ramos Allup, buscaría ese paquete de invitaciones en la fuente central del capitolio o en la copa de un alguno de esos añosos chaguaramos que la circundan, pues esta anécdota digna de la picaresca de la política venezolana las convierte en pieza de colección para destinarla a alguna vitrina del tan soñado Museo de la Revolución que, dicho sea de paso, es toda ella una horrenda antigualla propia de un museo del horror.

Si Maduro no fue a ver el Acta, también es verdad que mejores visitantes ha tenido el documento fundacional, pero él, que con tanta vehemencia, casi furor, emplaza al dialogo ha perdido una gran ocasión para decirle al presidente de la AN: “Venga, señor diputado, hagámoslo por la patria que nació ese día”. Pero no, prefirió llamarlo “capataz cobarde” y quedar a la espera de la andanada de vuelta. Por esos extraviados senderos andan los llamados al dialogo necesario, sincero y transparente en Venezuela. Vaya que descomunal descoordinación, diputado Torrealba.

Ojala que esos senderos no se extravíen para siempre, como ocurrió en tiempos de guerra con el original del Acta de Independencia, pues es sabido que la que reposa en el Salón Elíptico es una copia de la aprobada el 7 de julio de 1811, cuyo tengo había sido encomendado por la sesión del 5 a Roscio y el secretario Isnardi. El historiador Gil Fortoul adujo ante el senado en 1910 una razón fundamental: el Acta original y autentica tenía la firma de 41 diputados y la que se conserva, inserta en el libro que permaneció hasta 1907 bajo las asentaderas de una distinguida dama valenciana, sólo 37. Descoordinaciones apartes, igual hay que honrarla.

Y ya que el discurso de Américo Martín, uno de los venezolanos más lúcidos de la compleja Venezuela de estos tiempos, no pudo ser transmitido porque lo impidió una oprobiosa cadena, recojamos de sus palabras uno de los fragmentos más valiosos: “Quien dialoga en serio, no pretenderá aplastar al otro o engañarse tratando de engañarlo. Si un desenlace sangriento puede impedirse mediante una negociación civilizada, es un supremo deber intentarlo”. 
Gregorio Salazar

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