“BARBARIANS”
Caracas, 5 de diciembre 2020
“También la historia de los pueblos registra una continuidad
secreta. Arminio, cuando degolló en una ciénaga las legiones de Varo, no se
sabía precursor de un Imperio Alemán.
Jorge Luis Borges, Deutsches
Requiem”
“¿Podemos estar seguros de
que alguien jamás nos traicionará? ¿Cuán fácil –o cuán difícil, da igual- es
que un hombre olvide a su gente, su tierra, sus dioses? La historia la cuentan
Veleyo Patérculo, autor de un Compendio de historia romana; Cornelio Tácito en su Germania; Lucio Anneo Floro en su Epitome y Dion Casio en su Historia
romana. De ellos,
Patérculo nació diez años después de los hechos y Dion Casio casi doscientos
años. También Ovidio, Séneca y Manilio la aluden. En todo caso, lo que aquellos
cuentan es más que suficiente.
Los hechos se sitúan en el
año 9 a.C. Publio Quintilio Varo es el gobernador de la provincia de Germania
Magna, que se extiende desde la frontera gala hasta el río Elba. Después de las
campañas llevadas a cabo por sus antecesores, espacialmente Tiberio, Varo
considera que la Germania se encuentra prácticamente pacificada. En realidad,
el vasto territorio germano está habitado por una cantidad de tribus bárbaras
muy diferentes, como diferente es la relación que cada una de ellas mantiene
con Roma. En el fondo, para usar la expresión de Floro (II 30, 30), “los
germanos habían sido derrotados antes que sometidos”.
Eso significa que las
tribus germanas constituían un variopinto abanico que iba desde las aliadas de
Roma, como los frisios y ubios; hasta las que eran abiertamente enemigas, como
los suevos y sicambrios, pasando por otras que mantenían una relación de
involuntario sometimiento, como la de los queruscos.
Varo había sido nombrado por el emperador legatus
Augusti pro praetore en el
año siete, y se suponía que su mandato duraba hasta el año diez. Consolidada la
pacificación de la provincia, se suponía que su misión era, nada menos, que
incorporar a la Germania a la administración imperial. Sin embargo, algunos
historiadores piensan que su papel se limitó a conservar un status quo ciertamente favorable a Roma: mantener las
tribus sometidas al imperio mientras que extrañamente se mostraba débil a la
hora de intervenir en las endémicas luchas fratricidas de las tribus. Ya se
sabe: divide y vencerás, o para decirlo en latín, divide et
impera.
Vamos a estar claros,
Germania nunca fue romanizada, si es que alguna vez los romanos lo intentaron
de veras. Con el tiempo, las tribus bárbaras se fueron acostumbrando a
disfrutar de las comodidades de la civilización romana, especialmente a las
bondades del comercio y de las pocas vías de comunicación construidas. Sin
embargo, como nota Casio (LVI 18, 2), eso no significa que hubiesen olvidado su
cultura ancestral ni sus anhelos de libertad. Menos aún debido a ciertas
prácticas francamente impopulares implementadas por el gobernador Varo, como el
cobro de impuestos y tributos a las tribus, lo que producía un creciente
descontento.
Otra práctica no menos
impopular era la de raptar y mantener como rehenes a los niños nobles de las
tribus. En realidad se trataba de una política de integración muy bien
diseñada. Los príncipes bárbaros eran adoptados por el gobernador y
educados según la cultura romana. Eran, pues, “romanizados”. La idea era que,
una vez crecieran, estos príncipes romanizados se convirtieran en líderes de
sus respectivas tribus, propiciando la integración de la provincia al imperio.
Ari era uno de estos príncipes. Hijo de Segimer, reik de los queruscos, fue separado de sus padres y
criado amorosamente por el gobernador Varo, quien lo rebautizó como Arminius. Veleyo Patérculo (II 118, 2) recuerda que
había seguido la carrera militar, se le dio la ciudadanía romana e incluso
llegó a alcanzar el rango ecuestre. A través de Arminio, Varo esperaba
convertir a los queruscos en sus fieles aliados.
Barbarians (o mejor, por su nombre original en alemán: Barbaren) es la historia de cómo el destino fue llevando
a Arminio a traicionar a Roma, su patria adoptiva. Hoc est
fatum tuum, “este es tu
destino”, le había dicho su pater, el
gobernador Varo, tratando de convencerlo de que asumiera el liderazgo de los
queruscos. Sin embargo ese destino se va torciendo y haciendo que se
reencuentre con sus amigos de la infancia, Folkwin y Thusnelda, para terminar
al frente de la coalición de tribus germanas que, entre la madrugada del 8 y el
día 11 de septiembre del año 9 d.C., masacraron a tres legiones, seis unidades
auxiliares y tres alas de caballería del ejército romano en el Bosque de
Teutoburgo, al norte de lo que hoy es Alemania.
Escrita por Andreas
Heckmann, Arne Nolting y Jan Martin Scharf; protagonizada por Laurence Rupp,
Jeanne Goursaud y David Shütter, y producida por Gaumont y Netflix, esta serie
de ficción histórica en seis capítulos, basada en hechos reales, se estrenó el
23 de octubre pasado en la plataforma digital Netflix. La serie, toda una
superproducción impecablemente actuada, hablada en alemán y en un latín preciso
y exquisito, con una música y una fotografía inmejorable y tal vez algún exceso
de sangre para mi gusto, tiene hasta ahora seis capítulos y cumple el catártico
mandato de mantenernos pegados a la pantalla.
Es interesante la visión
del bárbaro que se despliega aquí. Se trata del “noble bárbaro” en lo mejor de
una tradición que se remonta al Padre Las Casas, nuestro “buen salvaje”, es
verdad, pero que también nos sería incomprensible si no tomamos en cuenta la
influencia del romanticismo y el nacionalismo alemán del siglo XIX. Es cuando Arminius se convierte en el germánico Hermann, inspiración inequívoca para las guerras
franco-prusianas y figura muy aprovechada por el nazismo. Las costumbres
repugnantes de los bárbaros se ven matizadas por la altura y nobleza de sus
ideales. Y en todo momento contrastadas con el refinamiento de la cultura
romana. Los altivos y prepotentes romanos, por su parte, no dejan de despreciar
a los bárbaros, resaltando su superioridad moral. En el inevitable monólogo
final con el cadáver de su pater Varo,
Arminio recrimina a los romanos esa visión unilateral de la cultura, esa
incapacidad de aceptar otras formas de entender la vida. Se trata de la vieja
contraposición entre el norte y el sur de Europa, entre la civilización latina
y la germánica, que en un contexto europeo adquiere mayor significado. Inclusión
y tolerancia, sometimiento o libertad, aceptación del otro. Se trata en el
fondo de un problema global que sigue muy lejos de resolverse.
Es verdad, la Batalla del
Bosque de Teutoburgo cambió la historia del mundo. Puso fin a la expansión
imperial romana por el norte de Europa y preservó la cultura y las lenguas
germánicas. Sin esa batalla, en realidad una emboscada, el idioma alemán y el
inglés no existieran, en el norte de Europa se hablaran lenguas romances y
quizás la Reforma no hubiese ocurrido. Pero más allá de la trascendencia de los
hechos que cuenta, Barbarians es un buen relato que nos habla de la traición,
la amistad y la libertad.”
Tomado de diario PRODAVINCI, Caracas.
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