NIÑAS Y NIÑOS SOSTENEDORES EMOCIONALES DE SUS
FAMILIAS, UNA VIOLENCIA INVISIBILIZADA
Chile, 9 de diciembre 2020
Por Camila Ossandón
“Patricio
Mancilla (37) nació cuando su mamá tenía 18 años. Vivieron los dos solos, hasta
que ella conoció al hombre que se transformaría en el padre de tres hijos más,
pero también en su agresor y en un adulto desregulado producto de su
alcoholismo. A los seis años, Patricio
quedó a cargo de esos niños, todos menores de dos años, mientras su mamá iba a
trabajar. “Me encargaba de ponerle los pañales a mis hermanos, les
daba la leche y aprendí a cocinar para dejar comida lista para todos, mientras
mi mamá hacía turnos de noche. Ella tenía 26 años en ese entonces y ningún tipo
de apoyo, lo que me hacía pensar que necesitaba que yo estuviese ahí sin
juzgar”, cuenta.
Pero
cuando su mamá volvía, las responsabilidades que se le atribuían a Patricio no
disminuían, sino que alcanzaban su punto máximo. “Cuando
discutían con su pareja y él la golpeaba, yo, con siete años, me quedaba
consolándola. Le daba consejos, me preocupaba de escucharla. Mirando
para atrás, considero que en ese momento yo era la única persona sensata en esa
casa y que nadie lo podría haber hecho por ella. Me transformé en su amigo y mi
padrastro en el enemigo, uno que nunca me recibió como hijo, mientras yo
cuidaba a los suyos”, dice.
El
término “parentalización infantil” habla sobre una inversión en los roles de un
cuidador y un niño. Según Denise Oyarzún, Doctora en Psicología de la Universidad
Católica de Valparaíso y de la Universidad de Girona, y docente de la
Universidad Central, se trata de que el menor se vea “obligado o incentivado a
asumir tareas que están por encima sus capacidades psicológicas y físicas. Se
puede dar de forma instrumental, donde se le dice que haga tareas cotidianas
del hogar o el cuidado de sus hermanos, pero su
expresión más grave es cuando se da en lo emocional, la que se manifiesta
cuando el niño es manipulado o co-accionado para que cuide de sus padres”.
Es
un fenómeno que ha sido estudiado desde la teoría del psicoanálisis, cuando
falla la teoría del “sostén emocional” que se le atribuye al cuidador. Éste
debería tener una “responsabilidad de contención para que la psiquis del niño,
un ser en absoluta dependencia, pueda desarrollarse”, según los estudios de su
autor, pediatra y psiquiatra británico Donald Winnicott (1945). Pero si bien hay una clara visualización de lo
que conforma la parentalización de un niño desde la academia, ésta pasa más
desapercibida en el día a día de las familias.
Analia
Stutman, psicóloga especialista en psicoanalítica relacional de la Universidad
Católica y Magíster en Psicoanálisis Universidad Andrés Bello, dice que “la
parentalización se puede dar desde los inicios más tempranos del desarrollo de
un niño, porque la forma en que éste se va constituyendo en un sujeto social y
psicológico, es a través de lo que los padres le van transmitiendo, no desde su
propia consciencia reflexiva”. Eso nos
lleva a que pensar en una situación que se puede estar dando de forma
invisibilizada, cuyo origen puede estar en las carencias emocionales más
escondidas del propio adulto.
“Para
analizarlo hay que retirarnos de la mirada culpabilizadora de los padres,
porque ahí hay un adulto que no ha podido ejercer su rol adecuadamente ya está
en un estado de fragilidad tan importante, que le impide realizar la
contención”, agrega Analia. Para Patricio Mancilla, el
hecho de que su mamá sufriera, le hacía creer que era evidente que a sus siete
años debía contenerla, pero siente que “el problema es que nunca recibí una
contención de vuelta. Pasé gran parte de mi infancia cuidando de otros
seres humanos, niños y adultos, viviendo un maltrato por tener que yo ser su
sostén emocional, su aliado”.
El
estudio Modelos Culturales de Crianza en
Chile: Castigo y Ternura, una mirada desde los niños y niñas, realizado por
World Vision y la Universidad de Chile en junio de 2018, reveló con una muestra
de 2.456 niñas y niños que los modelos de crianza en Chile estaban centrados
principalmente en el desempeño de la madre. Esto creaba una “diada formativa-afectiva, donde la mamá ocupaba
el rol de disciplina, y también de contención emocional”, entregándole la
responsabilidad total de la crianza en su círculo familiar. Esto se
dio en un 46,9% de los hogares mono-maternos, donde solo vivía la mamá y sus
hijos y en un 51,6% en las casas donde vivía la madre y también su pareja.
Para
Analia Stutman, es en esa
responsabilidad atribuida a una sola persona donde comienza la explosión: la
falta de contención de un adulto que no puede ver que está fallando, luego
se traspasa al niño, haciendo que éste tenga que echarse una carga de
sostenedor emocional encima. “El niño es muy sensible a los estados de malestar
de la madre que lo cuida, lo que provoca que se ofrezca como un co-regulador
emocional. Esto no ocurre desde la intencionalidad, sino que simplemente lo
empieza a hacer de forma fortuita y en un ambiente donde no hay un espejo les
pueda demostrar que están incurriendo quizás en un maltrato, por muy
inconsciente que sea”.
El
límite entre la “ayuda” y el maltrato
Laura Gallego (25) cuenta que en su infancia
nunca se sintió como una niña. Después de la muerte de su madre, cuando ella tenía cuatro años,
se quedó viviendo con su papá. “Tenía que hacerme cargo de cosas que no me
correspondían, porque mi papá me ocultaba que no tenía plata para poder comprar
las cosas básicas a fin de mes. Yo aún era chica y estaba en el colegio, pero
sí sabía lo que pasaba, así que me ponía a recorrer lugares preguntando si
alguien podía darle trabajo, incluso en mi colegio preguntaba si podía hacer de
conserje, para que él estuviera mejor”, cuenta.
“Todo
empeoró cuando en séptimo básico, me
enteré de su boca que había vivido desde los 14 años con una adicción a las
drogas. Recuerdo que un día me sentó y me empezó a explicar todo lo
que implicaba que él consumiera, se desbordaba llorando y sacaba para afuera
todas las angustias de no saber cómo rehabilitarse, o cómo tener más dinero
para sobrevivir. Yo sabía que él acudía a mí porque no tenía a nadie más, y eso
se ha mantenido hasta hoy, que soy grande. Desde
pequeña me involucré en todos sus problemas, incluso los que tenía con sus
parejas, y sigue siendo él quien siempre llama pidiendo ayuda, no yo”,
cuenta Laura.
Para
Denise Oyarzún, es complicado detener la “parentalización infatil” cuando esta
se da a través de los años, porque a medida que la niña o el niño van creciendo,
los límites se van difuminando. “Si bien hay eventos claros que podrían definir
que se están cruzando los límites hacia la violencia, como cuando el niño
empieza a tomar un rol de pacificador familiar, se involucra en las peleas de
pareja o en las decisiones económicas, sabemos que es
distinto hablar de estos temas con un menor de 10 años que con uno de 20, y por
eso la parentificación es tan complicada”, dice, agregando que “en estos
casos, siempre que se afecte su bienestar psicosocial o se sobrepase su
capacidad emocional, la parentalización podrá constituir violencia infantil”.
El
artículo 225 del Código Civil chileno tuvo una reforma en 2013, donde se
agregaron definiciones de lo que corresponde al deber de responsabilidad de los
padres para con sus hijos, física y emocionalmente. Sin embargo, en ningún espacio se tipifica la
“parentalización” como un modo de violencia. La abogada docente de
Derecho Civil de la Universidad de Chile y especialista en derecho de la
familia, Fabiola Lathrop, asegura que “si bien la situación cae en la figura de
“maltrato”, ésta puede ser reconocida sólo cuando ya se ha judicializado un
conflicto familiar que esté causando un atentado contra los derechos del niño”.
Esta
carga emocional trae consecuencias para la vida del niño, y también para la del
adulto en el que se va a convertir. Patricio
Mancilla cuenta que evita ser un sostenedor emocional para cualquiera. “El
instinto paternal para mí no existe, porque siento que de una que otra forma ya
fui papá, y fue traumático. A pesar de que hoy mis hermanos tienen sus vidas y
sus hijos, y son buenas personas, siento
que lo que les di para contenerlos emocionalmente no quedó en mí y por eso no
me sentiría preparado para hacerlo de nuevo”.
Mientras
que Laura Gallego cuenta que le pasó todo lo contrario, y se convirtió en una
persona “absolutamente responsable con todo y con todos, soy la que juega el
rol de “madre” en mis grupos de amigos, la que siempre cuida y la que nunca
falla, aunque mi niñez no haya sido una feliz. Me
auto exijo constantemente a ser valiente y no derrumbarme por nada, y eso
me ha quitado también mi libertad, porque siempre tendré que estar disponible
desde la fortaleza para mi papá”.
Tomado
de Diario LATERCERA, Chile.
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