CAPITALISMO Y SOCIALISMO:
ENTREVISTA A FRIEDRICH AUGUST VON HAYEK
Venezuela, 20 de agosto
2022
Por elcato.org
Publica Abg. Rafael medina Villalonga
“Carlos Rangel entrevistó
a Friedrich August von
Hayek el 17 de mayo de 1981 acerca
del capitalismo y el socialismo en Caracas, Venezuela. Esta entrevista fue
publicada originalmente en junio del mismo año en el diario El Universal de
Venezuela.”
SEGUNDA PARTE
2/2
“CR: Según el marxismo la autodestrucción
de la sociedad capitalista ocurrirá inexorablemente por una de dos vías, o por
sus efectos combinados y complementados: (1) La asfixia de las nuevas, inmensas
fuerzas productivas suscitadas por el capitalismo, por la tendencia a la concentración
del capital y a la disminución de los beneficios. (2) La rebelión de los
trabajadores, desesperados por su inevitable pauperización hasta el mínimo
nivel de subsistencia. Ni una cosa ni la otra han sucedido. En cambio, se suele
pasar por alto una tercera crítica de Marx a la sociedad liberal, terriblemente
ajustada a lo que sí ha venido sucediendo: “La burguesía (leemos en el Manifiesto comunista) no puede existir sin
revolucionar constantemente los instrumentos de producción y con ello las
relaciones sociales. En contraste, la primera condición de existencia de las
anteriores clases dominantes fue la conservación de los viejos modos de
producción. Lo que distingue la época burguesa de todas las anteriores, es esa
constante revolución de la producción, esa perturbación de todas las
condiciones sociales, esa inseguridad y agitación eternas. Todas las relaciones
fijas, congeladas, son barridas junto con su secuela de opiniones y prejuicios
antiguos y venerables. Todas las opiniones que se forman nuevas, a su vez se
hacen anticuadas antes de que puedan consolidarse. Todo cuanto es sólido se
disuelve en el aire. Todo lo sagrado es profanado. Y así el hombre se encuentra
por fin obligado a enfrentar, con sus sentidos deslastrados, sus verdaderas
condiciones de vida, y sus verdaderas relaciones con sus semejantes”. ¿No
corresponde en efecto esa descripción a lo que sucede en la sociedad
capitalista? ¿Y no es eso suficiente para explicar el desapego de tanta gente a
las ventajas de esa sociedad sobre su alternativa socialista?
FAvH: En cierto sentido sí. Lo
que usted llama ventajas del sistema capitalista, han sido posibles, allí donde
la economía de mercado ha dado sus pruebas, mediante la domesticación de
ciertas tendencias o instintos de los seres humanos, adquiridos durante
millones de años de evolución biológica y adecuados a un estadio cuando
nuestros antepasados no tenían personalidad individual. Fue mediante la
adquisición cultural de nuevas reglas de conducta que el hombre pudo hacer la
transición desde la microsociedad primitiva a la microsociedad civilizada. En
aquella los hombres producían para sí mismos y para su entorno inmediato. En
esta producimos no sabemos para quién, y cambiamos nuestro trabajo por bienes y
servicios producidos igualmente por desconocidos. De ese modo la productividad
de cada cual y por ende la del conjunto de la sociedad ha podido llegar a los
niveles asombrosos que están a la vista. Ahora bien, la civilización para
funcionar y para evolucionar hasta el estadio de una economía de mercado digna
de ese nombre requiere, como antes dije, remoldear al hombre primitivo que
fuimos, mediante sistemas legales y sobre todo a través del desarrollo de
cánones éticos culturalmente inculcados, sin los cuales las leyes serían por lo
demás inoperantes. Es importante señalar que hasta la revolución industrial
esto no produjo esa incomprensión, hoy tan generalizada, sobre las ventajas de
la economía de mercado; una gran paradoja, en vista que ha sido desde entonces
cuando este sistema ha dado sus mejores frutos en forma de bienes y servicios,
pero también de libertad política, allí donde ha prevalecido. La explicación es
que hasta el siglo XVIII las unidades de producción eran pequeñas. Desde la
infancia todo el mundo se familiarizaba con la manera de funcionar de la
economía, palpaba eso que llamamos el mercado. Fue a partir de entonces que se
desarrollaron las grandes unidades de producción, en las cuales (y en esto Marx
vio justo) los hombres se desvinculan de una comprensión directa de los
mecanismos y por lo tanto de la ética de la economía de mercado. Esto tal vez
no hubiera sido decisivo sino hubiera coincidido con ciertos desarrollos de las
ideas que no fueron por cierto causados por la revolución industrial, sino que
en su origen la anteceden. Me refiero al racionalismo de Descartes: el
postulado de que no debe creerse en nada que no pueda ser demostrado mediante
un razonamiento lógico. Esto, que en un principio se refería al conocimiento
científico, fue enseguida trasladado a los terrenos de la ética y de la
política. Los filósofos comenzaron a predicar que la humanidad no tenía por qué
continuar ateniéndose a normas éticas cuyo fundamento racional no pudiese ser
demostrado. Hoy, después de dos siglos, estamos dando la pelea —la he dado yo
toda mi vida— por demostrar que hay fortísimas razones para pensar que la
propiedad privada, la competencia, el comercio (en una palabra, la economía de
mercado) son los fundamentos de la civilización y desde luego de la evolución
de la sociedad humana hacia la tolerancia, la libertad y el fin de la pobreza.
Pero cuando la ética de la economía de mercado fue de pronto cuestionada en el
siglo XVIII por Rousseau y luego, con la fuerza que sabemos, por Marx, parecía
no haber defensa posible ni manera de objetar la proposición de que era posible
crear una “nueva moral” y un “hombre nuevo”, conformes ambos, por lo demás, a
la “verdadera” naturaleza humana, supuestamente corrompida por la civilización
y más que nunca contradicha por el capitalismo industrial y financiero. Debo
decir que para quien persista en estar persuadido por la ilusión
rousseaunania-marxista de que está en nuestro poder regresar a nuestra
“verdadera” naturaleza con tal de abolir la economía de mercado, la argumentación
socialista resultará irresistible. Por fortuna ocurre que va ganando terreno la
convicción contraria, por la constatación de que prácticamente todo cuanto
estimamos en política y en economía deriva directamente de la economía de
mercado, con su capacidad de sortear los problemas y de hallar soluciones (en
una forma que no puede ser sustituida por ningún otro sistema) mediante la
adaptación de un inmenso número de decisiones individuales a estímulos que no
son ni pueden ser objeto de conocimiento y mucho menos de catalogación y
coordinación por planificadores. Nos encontramos, pues, en la posición
siguiente (y espero que esto responda a su pregunta): (1) La civilización
capitalista, con todas sus ventajas, pudo desarrollarse porque existía para
ella el piso de un sistema ético y de un conjunto orgánico de creencias que
nadie había construido racionalmente y que nadie cuestionaba. (2) El asalto
racionalista contra ese fundamento de costumbres, creencias y comportamientos,
en coincidencia con la desvinculación de la mayoría de los seres humanos de
aquella vivencia de la economía de mercado que era común en la sociedad
preindustrial, debilitó casi fatalmente a la civilización capitalista, creando
una situación en la cual sólo sus defectos eran percibidos, y no sus
beneficios. (3) Puesto que el socialismo ya no es una utopía, sino que ha sido
ensayado y están a la vista sus resultados, es ahora posible y necesario
intentar rehabilitar la civilización capitalista. No es seguro que este intento
sea exitoso. Tal vez no lo será. De lo que si estoy seguro es de que en caso
contrario (es decir, si el socialismo continúa extendiéndose) la actual inmensa
y creciente población del mundo no podrá mantenerse, puesto que sólo la
productividad y la creatividad de la economía de mercado han hecho posible esto
que llaman la “explosión demográfica”. Si el socialismo termina por
prevalecer, nueve décimos de la población del mundo perecerán de hambre,
literalmente.
CR: Algunos de los más
eminentes y profundos pensadores liberales, como Popper y Schumpeter, han
expresado el temor de que la sociedad liberal, no obstante ser
incomparablemente superior al socialismo, sea precaria y tal vez no sólo no
esté destinada a extenderse al mundo entero —como se pensó hace un siglo— sino
que termine por autodestruirse, aún allí donde ha florecido. Karl Popper señala que el
proyecto socialista responde a la nostalgia que todos llevamos dentro, por la
sociedad tribal, donde no existía el individuo. Schumpeter sostuvo que la
civilización capitalista, por lo mismo que es consustancial con el
racionalismo, el libre examen, la crítica constante de todas las cosas,
permite, pero además propicia, estimula y hasta premia el asalto ideológico
contra sus fundamentos, con el resultado de que finalmente hasta los
empresarios dejan de creer en la economía de mercado.
FAvH: En efecto, Joseph Schumpeter fue
el primer gran pensador liberal en llegar a la conclusión desoladora de que el
desapego por la civilización capitalista, que ella misma crea, terminará por
conducir a su extinción y que, en el mejor de los casos, un socialismo de
burócratas administradores está inscrito en la evolución de las ideas. Pero no
olvidemos que Schumpeter escribió estas cosas (en Capitalismo, socialismo y democracia)
hace más de cuarenta años. Ya he dicho que en el clima intelectual de aquel
momento, el socialismo parecía irresistible y con ellos la segura destrucción
de las bases mínimas de la existencia de la mayoría de la población del mundo.
Esto último no lo percibió Schumpeter. Era un liberal, como usted ha dicho, y
además un gran economista, pero compartía la ilusión de muchos en nuestra
profesión de que la ciencia económica matemática hace posible una planificación
tolerablemente eficiente. De modo que, a pesar de estar él mismo persuadido de
que la economía de mercado es preferible, suponía soportable la pérdida de
eficiencia y de productividad inevitable al ser la economía de mercado donde
quiera sustituida por la planificación. Es decir, que no se dio cuenta Schumpeter
hasta qué punto la supervivencia de la economía de mercado, por lo menos allí
donde existe, es una cuestión de vida o muerte para el mundo entero.
CR: Eso puede ser cierto,
y de serlo debería inducir a cada hombre pensante a resistir el avance del
socialismo. Pero lo que vemos (y de nuevo me refiero a Schumpeter) es que los
intelectuales de Occidente, con excepciones, han dejado de creer que la
libertad sea el valor supremo y además la condición óptima de la sociedad. Ni
siquiera el ejemplo de lo que invariablemente le sucede a los intelectuales en
los países socialistas, los desanima de seguir propugnando el socialismo para
sus propios países y para para el mundo.
FAvH: Para el momento
cuando Schumpeter hizo su análisis y descripción del comportamiento de los
intelectuales en la civilización capitalista, yo estaba tan desesperado y era
tan pesimista como él. Pero ya no es cierto que sean pocas las excepciones.
Cuando yo era muy joven, sólo algunos ancianos (entre los intelectuales) creían
en las virtudes y en las ventajas de la economía libre. En mi madurez, éramos
un pequeño grupo, se nos consideraba excéntricos, casi dementes y se nos
silenciaba.
Pero hoy, cuarenta años
más tarde, nuestras ideas son conocidas, son escuchadas, están siendo debatidas
y consideradas cada vez más persuasivas. En los países periféricos los
intelectuales que han comprendido la infinita capacidad destructiva del
socialismo todavía son pocos y están aislados. Pero en los países que
originaron la ideología socialista —Gran Bretaña, Francia, Alemania— hay un
vigoroso movimiento intelectual a favor de la economía de mercado como sustento
indispensable de los valores supremos del ser humano. Los protagonistas de este
renacimiento del pensamiento liberal son hombres jóvenes, y a su vez tienen
discípulos receptivos y atentos en sus cátedras universitarias. Debo admitir,
sin embargo, que esto ha sucedido cuando el terreno perdido había sido tanto,
que el resultado final permanece en duda. Por inercia, los dirigentes políticos
en casi todos los casos siguen pensando en términos de la conveniencia, o en
todo caso de la inevitabilidad de alguna forma de socialismo y, aún liberales,
suponen políticamente no factible desembarazar a sus sociedades de todos los
lastres, impedimentos, distorsiones y aberraciones que se han ido acumulando,
incorporados a la legislación, pero también a las costumbres de la
administración pública, por la influencia de la ideología socialista. Es decir,
que el movimiento político persiste en ir en la dirección equivocada; pero ya
no el movimiento intelectual. Esto lo digo con conocimiento de causa. Durante
años, tras la publicación de El
camino de la servidumbre, me sucedía que al dar una conferencia en
alguna parte, frente a públicos académicos hostiles, con un fuerte componente
de economistas persuadidos de la omnipotencia de nuestra profesión y en la
consiguiente superioridad de la planificación sobre la economía de mercado,
luego se me acercaba alguien y me decía: quiero que sepa que yo por lo menos estoy
de acuerdo con usted. Eso me dio la idea de fundar la Sociedad Mont Pelerin,
para que estos hombres aislados y a la defensiva tuvieran un nexo, conocieran
que no estaban solos y pudieran periódicamente encontrarse, discutir,
intercambiar ideas, diseñar planes de acción. Pues bien, treinta años más tarde
parecía que la Sociedad Mont Pelerin ya no era necesaria, tal era la fuerza, el
número, la influencia intelectual en las universidades y en los medios de
comunicación de los llamados neoliberales. Pero decidimos mantenerla en
actividad porque nos dimos cuenta de que la situación en que habíamos estado
años antes en Europa, en los Estados Unidos y en el Japón, es la situación en
la cual se encuentran hoy quienes defienden la economía de mercado en los países
en desarrollo y más bien con mucha desventaja para ellos, puesto que se
enfrentan al argumento de que el capitalismo ha impedido o frenado el
desarrollo económico, político y social de sus países, cuando lo cierto es que
nunca ha sido verdaderamente ensayado.
CR: Una de las maneras más
eficaces que han empleado los ideólogos socialistas para desacreditar el
pensamiento liberal, es calificarlo de “conservador”. De tal manera que, casi
todo el mundo está convencido, de buena fe, de que usted es un conservador, un
defensor a ultranza del orden existente, un enemigo de toda innovación y de
todo progreso.
FAvH: Estoy tan consciente de
eso que dediqué todo el último capítulo de mi libro Los fundamentos de la libertad precisamente
a refutar esa falacia. En ese capítulo cito a uno de los más grandes pensadores
liberales, Lord Acton,
quien escribió: “Reducido fue siempre el número de los auténticos amantes de la
libertad. Por eso, para triunfar, frecuentemente debieron aliarse con gente que
perseguían objetivos bien distintos a los que ellos propugnaban. Tales
asociaciones, siempre peligrosas, a veces han resultado fatales para la causa
de la libertad, pues brindaron a sus enemigos argumentos abrumadores”. Así es:
los verdaderos conservadores merecen el descrédito en que se encuentran, puesto
que su característica esencial es que aman la autoridad y temen y resisten el
cambio. Los liberales amamos la libertad y sabemos que implica cambios
constantes, a la vez que confiamos en que los cambios que ocurran mediante el
ejercicio de la libertad serán los que más convengan o los que menos daño hagan
a la sociedad.”
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