LAS GRANDES FORTUNAS DE CHILE
Chile, 3 de enero 2022
Por Felipe Irarrazabal
“En las últimas décadas de Chile, ha
cambiado mucho el mapa de las familias empresarias. Han surgido nuevas que han
desplazado a otras. Solo las menos se han mantenido.”
“Fue el mismísimo Andrés Bello —ese venezolano
residente por años en Londres, que modeló al Chile independiente— quien
agregó el concepto de la circulación de los bienes en su mensaje al Código
Civil. Casi un siglo y medio después, la Constitución cristalizó esa idea en el
derecho a adquirir toda clase de bienes que estén dentro del comercio humano y
el derecho a desarrollar actividades económicas que no estén prohibidas. Ese
concepto es decisivo, porque permite que la economía sea vibrante, no se
estanque ni fosilice, y los bienes vayan circulando de mano en mano por quienes
más los valoren. Con la fluidez de la sangre que recorre un ser vivo. Ahí, el
derecho —los huesos, si se quiere— cumple un rol esencial, afiatándose con la
economía y entregando estructura y certeza.
La
idea de un bien se puede percibir, desde la distancia, con relativa facilidad.
La de un derecho, en cambio, requiere más imaginación. Por cierto, el asunto
del valor de los bienes y derechos es algo, incluso para un observador
distraído, de suyo fluctuante.
Si
es así con ellos, mayor razón si hablamos de patrimonios. Lo próspero, por
múltiples razones (propias o ajenas) puede mutar a insolvencia. Al revés
también: se puede pasar de la insignificancia económica a la gloria, en
relativo poco tiempo. Estas fluctuaciones están tendiendo a aumentar por el
impacto de la economía digital, en donde pequeñas empresas pueden escalar sus
negocios rápidamente y —derribando a gigantes paquidérmicos— convertirse en
unicornios.
Nadie
sensato desconoce que Chile ha experimentado un impresionante desarrollo
económico desde los noventa. Basta darse una vuelta por nuestro continente o
conversar con los adultos mayores para percibir ese salto. Pero no somos, como
tampoco lo son los otros países del orbe, un paraíso en la tierra. Hay mucho
por mejorar en derechos sociales, como la salud, educación y pensiones, y
también hay, por cierto, desafíos en la distribución de la riqueza.
En
ese contexto, es interesante indagar cuáles han sido los mayores patrimonios en
nuestro país a partir del siglo XIX y si es cierto o no que ha habido
efectivamente circulación, como proponía Bello.
Un
punto de partida para buscar una respuesta lo podemos encontrar en el libro de
Francisco Javier González y Jon Martínez sobre “Familias Empresarias y
Desarrollo Económico en la Historia de Chile”, publicado el 2019.
Según
una nota de Benjamín Vicuña Mackenna, aparecida en “El Mercurio” del año 1882,
las mayores fortunas en Chile provenían de la familia Edwards, con su negocio
principal en la banca. Luego venía Lambert y los Cousiño, en minería. También
se mencionan a Brown, Matte, Irarrázaval y Subercaseaux, siendo solo uno de
ellos principalmente hacendado, lo que refleja la industrialización de la
economía y el abandono al período colonial agrario.
De
acuerdo con Mariano Martínez, a fines del siglo XIX, las mayores empresas industriales
de Santiago estaban mayoritariamente en manos de inmigrantes, tales como
Kupfer, Klein, Puissant, Raab, Bash, Youlton, Walker, Geppi, Heitmann, Dahl,
Lecannelier, Girardin, Muzard y Moder.
Con
el giro de nuestro país hacia una economía más estatista, a partir de los años
30, los naipes nuevamente se barajaron. Ricardo Lagos, en su citada memoria de
grado, sacó la foto a los mayores grupos económicos a fines de los cincuenta,
que se concentraban en la banca. Ahí aparecen los Alessandri, Matte y Salinas y
Fabres en el Banco Sudamericano, siguen los Edwards con su banco, la familia
Braun, García Vela, del Banco Español; Furman, Pollack y Lamas, del Banco
Continental, y Yarur, Said e Hirmas, con el BCI y Panamericano.
A fines de los sesenta, según Garretón y Cisternas,
el ranking lo lidera Edwards, Matte, Yarur, Said, Hirmas y Sumar, pero aparecen
—y en puestos destacados— los Vial, Larraín, Claro, Menéndez, Angelini,
Briones, Ibáñez y Luksic. Una década después, el escenario cambia, y quien
aparece liderando es el grupo Cruzat-Larraín junto al BHC, de Vial. Sube
Angelini y Luksic. Se mantiene Yarur y Said. Y se agregan Ábalos, Hochschild,
Lepe, Piquer, Lehman, Mustakis, Briones, Schiess y Sáenz.
En
sintonía con esta película de movilidad, la foto el 2012 es distinta. Los
primeros lugares ahora son para los Luksic y Angelini. Matte se mantiene, pero
no aparecen ni los Edwards ni los Cousiño. Surgen nuevos nombres, entre otros,
Paulmann, Solari, Cúneo, Del Río, Cueto, Von Appen, Saieh, Fernández León, Hurtado,
Vial, Délano, Lavín, Calderón, Marín y Guilisasti.
Basta
mirar estas listas para arribar a las mismas conclusiones de los autores. En
las últimas décadas de Chile, ha cambiado mucho el mapa de las familias
empresarias. Han surgido nuevas que han desplazado a otras. Solo las menos se
han mantenido, como los Matte, Yarur y Said. Pero la gran mayoría de las
actualmente existentes —que a su vez ha experimentado un proceso de
internalización— son relativamente nuevas y se encuentran en la segunda generación.
Quizás
este dinamismo económico —que se evidencia en nuestro país al menos desde el
siglo XIX— explica por qué no tiene raigambre esa odiosa distinción entre old
money y new money, tan usual entre los anglosajones y tan bien reflejada en el
“Gran Gatsby”, de F. Scott Fitzgerald.
Esta
fluidez —que dificulta adivinar cuáles serán las grandes fortunas que surjan en
20 años más— es bienvenida y refleja, en cierta medida, una economía algo
vibrante y competitiva, en donde los innovadores entrantes debieran ir
desplazando, cada vez en plazos más acotados y bajo la mirada de la autoridad,
a los incumbentes ineficientes y poco innovadores, bajo un espiral de
destrucción creativa que asegura el perfeccionamiento”
Tomado
de Diario BIORED noticias, chile.
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